El llamado de alerta ha sido reiterado y fundamentado a lo largo de varios años, lo mismo que la insistencia sobre las posibles consecuencias devastadoras del cambio climático, pero un reciente informe, emanado de la instancia científica más representativa y prestigiosa sobre la materia, lo ha puesto en términos aún más urgentes; también, convincentes. Su conclusión general: nuestro planeta se encamina, con abrumadora celeridad, hacia un punto ambiental de no retorno, tras el cual será prácticamente imposible revertir los efectos devastadores del aumento en las temperaturas sobre las plantas, los animales y, por supuesto, las personas. Para impedirlo, se necesitan dramáticas medidas.
Estas y muchas otras conclusiones, lo mismo que posibles cursos de acción, están incluidos en un documento de 728 páginas dado a conocer el 8 de este mes por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (PICC); su título: Informe especial sobre el calentamiento global de 1,5 grados. Fue elaborado a petición de los países suscriptores del Acuerdo de París sobre Cambio Climático en diciembre del 2015, el cual representó el mayor compromiso colectivo alcanzado hasta ahora para atacar el proceso. Estableció como meta que el aumento de las temperaturas del planeta no exceda los dos grados centígrados sobre los niveles preindustriales, aunque también llamó a mantenerlo medio grado por debajo.
El nuevo informe del PICC revela que incluso un calentamiento de “solo” 1,5 grados (hasta ahora llega a uno) generaría consecuencias desastrosas, que incluyen, entre otras, el aceleramiento en la pérdida de los mayores arrecifes coralinos, el aumento en el nivel de los océanos, el desplazamiento de poblaciones, la reducción en la productividad de multiples cultivos, el empeoramiento de sequías e inundaciones y el incremento de enfermedades infecciosas. De mantenerse las actuales tendencias de producción, consumo y uso de recursos naturales, esa temperatura se alcanzará en algún momento entre el 2030 y el 2054, un horizonte en extremo corto. Medio grado más, por supuesto, tendría efectos catastróficos y prácticamente imposibles de neutralizar.
Como el proceso de calentamiento global es producto de la acción humana, a los humanos también nos toca frenarlo e, idealmente, revertirlo. El Acuerdo de París reveló la conciencia global sobre el enorme reto y la disposición a enfrentarlo colectivamente. Su impacto positivo ha sido real. Sin embargo, además de haberse quedado corto en el compromiso adquirido, algo explicable políticamente, la administración de Donald Trump inició el proceso para que Estados Unidos lo abandone a finales del 2019, y Jair Bolsonaro, el candidato brasileño con más posibilidades de convertirse en presidente, ha anunciado una decisión similar.
Como contraparte positiva, están las decisiones, avances y acciones de muchos otros gobiernos —entre ellos de la Unión Europea y China—; de instancias “subnacionales”, como provincias o ciudades; de empresas de múltiples tamaños e índoles; de científicos y tecnólogos; y de organizaciones no gubernamentales, entre otros. La gran pregunta es si tales acciones serán suficientes. La respuesta, desgraciadamente, es no, a menos que se produzca una inédita aceleración de las medidas para frenar el calentamiento, que dependen, necesariamente, de una transformación en nuestras patrones de consumo y producción.
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António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, lo dijo el mes pasado con absoluto dramatismo —y realismo— ante la Asamblea General de las Naciones Unidas: “Si no cambiamos el rumbo para el 2020, corremos el riesgo de perder la oportunidad de evitar que el cambio climático sea incontrolable, con consecuencias desastrosas para los seres humanos y todos los ecosistemas que nos sostienen”.
Su llamado no debe caer en oídos sordos y debe activar una movilización universal de amplias dimensiones que induzca las medidas necesarias para evitar la catástrofe.