La imperdonable ofensa del presidente Rodrigo Chaves –y de su séquito cómplice– al Tribunal Supremo de Elecciones (TSE), más que un agravio a sus magistrados, es un insulto a todos y cada uno de los ciudadanos costarricenses que hemos vivido al cobijo de sus actos y de quienes lo disfrutarán en el futuro. Porque los infelices arrebatos del presidente no le harán mella.
Defender al TSE es defender la esencia de nuestra democracia: cuando el poder político descalifica al árbitro electoral, no solo se pone en riesgo una institución, sino también la confianza ciudadana en el voto que la legitima.
En enero de 2015, tras el ataque terrorista contra la revista satírica francesa Charlie Hebdo, en París, surgió un lema que recorrió el mundo: “Je suis Charlie”. Era una manera de decir que un ataque contra la libertad de expresión era un ataque contra todos.
Contra todo lo imaginado al inicio de esta década, Costa Rica es hoy testigo de otro tipo de violencia no menos serio: el deterioro del respeto hacia las instituciones que sostienen nuestra democracia. Por eso, en este momento, decido parafrasear a aquellos manifestantes y expresar: “Yo soy TSE”. Más que un simple eslogan, es una afirmación ciudadana.
Durante los últimos meses, el TSE ha sido blanco de ataques reiterados del presidente Chaves: ha acusado al organismo de actuar con sesgo político, de imponer “mordazas” al gobierno y de obstaculizar la comunicación de este con la ciudadanía. Son palabras que sobresalen del ruido político habitual y buscan generar consecuencias profundas: minar la confianza en el árbitro electoral y, con ella, la certeza de que la decisión del elector, expresada mediante el voto, será respetada.
El TSE no es infalible; no obstante, ha merecido el respeto de varias generaciones por su transparencia, sobriedad y distancia respecto del poder político. Gracias a su existencia, el país ha tenido elecciones libres y pacíficas durante más de siete décadas. Por eso, cuando la crítica se transforma en descalificación, o cuando la cabeza del Ejecutivo afirma que sus decisiones obedecen a intereses ideológicos, lo que se erosiona no es la imagen de quienes ejercen la magistratura del TSE, sino la estabilidad del sistema que todos compartimos.
Es claro que el TSE debe rendir cuentas, como cualquier otra institución. Pero también necesita conservar su autoridad moral y su independencia para que la gente confíe en sus decisiones. Si los ciudadanos comienzan a dudar de que el árbitro electoral actúa con justicia, el valor del voto se pone en entredicho y el edificio entero de la representación se resquebraja. La historia de Costa Rica demuestra que cuando las reglas electorales se subordinan a los intereses del poder, la democracia se vuelve frágil.
Hay, además, un componente que no puede pasarse por alto. Las palabras del presidente hacia la jerarca del TSE se inscriben en un patrón que ha acompañado su administración: una forma de ejercer el poder que con frecuencia combina sarcasmo y desdén, especialmente hacia mujeres que ocupan cargos de autoridad. Lo hemos visto antes con ministras, periodistas, diputadas y funcionarias públicas. Esa actitud, más allá del debate político, refleja un modo de relacionarse con la institucionalidad que confunde firmeza con desprecio, y liderazgo con humillación.
El país no necesita un poder que compita con sus propios contrapesos, sino uno que los respete. El TSE no es un adversario del Ejecutivo, sino su garantía: sin árbitro independiente, no hay juego limpio posible. Deslegitimar a quien custodia el proceso electoral puede ofrecer una ventaja inmediata en la contienda política, pero, a largo plazo, deja una herida profunda en la cultura democrática.
Decir “yo soy TSE” implica defender esa cultura. Es afirmar que las reglas deben respetarse incluso cuando incomodan, que la independencia institucional es un bien común y que el poder político debe convivir con los límites que lo sostienen. Significa reconocer que los ataques personales, los gestos de burla y la insinuación constante de complots no fortalecen la democracia, sino que la desgastan.
También implica respaldar a quienes hoy enfrentan ese desgaste con serenidad. La presidenta del TSE, al igual que otras mujeres en la función pública, ha sido blanco de comentarios despectivos que trascienden lo institucional. En un país que ha avanzado en derechos y equidad, normalizar esas conductas sería retroceder décadas. Defender al TSE, en este contexto, también es defender el derecho de las mujeres a ejercer autoridad sin ser reducidas a estereotipos o caricaturas.
Decir “Yo soy TSE” no es una bravata, sino una reafirmación: la democracia no se defiende con gritos, sino con convicciones firmes. Y hoy, más que nunca, defender al Tribunal Supremo de Elecciones es defender el derecho de cada costarricense a creer en su voto, en su país y en la dignidad de sus instituciones.
juan.romero.zuniga@una.ac.cr
Juan José Romero Zúñiga es médico veterinario, epidemiólogo y académico investigador en la UNA y la UCR. Ha publicado múltiples artículos científicos en revistas internacionales.
