San José es oficialmente un excusado a cielo abierto. Sucia, abandonada, fea de remate y prisión de quienes no tienen donde más ir. Es, sin embargo, nuestra ciudad capital, la sede del poder político y económico, ahí donde se corta el queso y sede, además, de nuestros más emblemáticos museos, teatros y lugares de la oferta cultural, gemas entre tanto basurero. Vaya espejo el de estos poderes. ¿Y a quién diablos le importa?
El sistema de transporte colectivo colapsa por el descuido y por ser el reino de los intereses creados. Decenas de empresas autobuseras han abandonado sus concesiones y el pasaje movilizado cae estrepitosamente. Y, ni modo, enjambres de motocicletas y nubes de vehículos colman nuestras inseguras calles, muertos y heridos por doquier. ¿Y a quién diablos le importa?
Las áreas de conservación ambiental están cada vez más desprotegidas. Pierden presupuesto y personal para cuidarlas y conocer el estado de sus ecosistemas. Y avanza la idea de convertir la institución a cargo de esta labor, el Sinac, en un departamentillo sin autonomía del gran y distinguido Ministerio de Ambiente y Energía, una de las “joyas” del Estado costarricense. ¿Y a quién diablos le importa?
Las libertades y derechos ciudadanos son moneda de cambio electoral. Hoy los tenemos, mañana no, pues la emergencia del crimen amerita suspenderlas. ¿No ve, Varguitas, a El Salvador, país de la paz eterna y del gran Bukele? Necesitamos otro aquí. Qué importa que hoy a muchas de las fuerzas policiales ni estén ni se les espere y que no haya plata para políticas de prevención y seguridad comunitaria. Aguante nomás: ya vendrán los buenos tiempos. De por sí, en este país la pobreza baja en automático, sin buen crecimiento económico o empleo. ¿Y a quién diablos le importa?
Pues a mí bien que me gustaría que a algún diablo o grupo de variopintos diablos le importara. Porque el “no es conmigo” y, si no lo es “tampoco me importa”, nos está hundiendo. Cuando la cultura cívica, ese trabajar en conjunto con extraños sin otra razón que ser parte de una misma comunidad, digo, cuando esa cultura retrocede, los oportunistas del poder florecen. No son malos por naturaleza: son gente común y corriente, hasta simpáticos. Lo que pasa es que están dispuestos a cambiar la madre por un perico y los demás, nada de caritas. La indiferencia general es nuestra némesis y eso sí me importa.
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Jorge Vargas Cullell es sociólogo.