Acurrucados en el suelo, quediticos en el centro del aula, niños de preescolar seguían atentos las instrucciones de la maestra sobre cómo ponerse a salvo durante una balacera.
No se equivoque, este simulacro no ocurrió en Ucrania, país en guerra; ni en Estados Unidos, donde los centros educativos son escenario de tiroteos casi a diario. Ocurrió, aunque duela decirlo, en Costa Rica.
La Nación publicó el martes una fotografía insólita, hasta hace poco impensable, sobre el entrenamiento de un grupo de alumnos de la Escuela Ciudadelas Unidas, en San Felipe de Alajuelita.
Impresionada por el reciente homicidio de un joven de 16 años, la docente Vivian Patiño decidió elaborar un protocolo para proteger a sus alumnos de las frecuentes balaceras que ocurren en esa comunidad.
“¿Cómo es posible que estemos practicando esto en Costa Rica con niños de entre 4 y 5 años, que no tienen que vivirlo? Esto no debe normalizarse”, señaló la educadora, con acierto.
La foto del simulacro en Alajuelita debería causarnos indignación y vergüenza. Debería tocarnos las fibras más profundas y despertarnos de la apatía en que hemos caído como sociedad.
Los pequeños de la Escuela Ciudadelas Unidas y muchos otros son víctimas de la ola de violencia que azota al país y de la incapacidad de los mayores para brindarles un ambiente seguro.
Perdónennos, niños, porque les estamos fallando. No hemos sabido anteponer sus invaluables vidas a las banderas políticas, los egos personales y las absurdas rabietas de los adultos. Sin embargo, frente a la fotografía de los inocentes preescolares, debemos entender que llegó la hora de juntar intelecto y esfuerzo para defender la seguridad ciudadana.
Es hora de que el gobierno asuma el liderazgo que le corresponde para combatir la delincuencia, con una verdadera estrategia que vaya más allá de las medidas cosméticas anunciadas el miércoles.
Se requiere una estrategia integral, que involucre a la mayor cantidad de sectores y defina con claridad acciones a corto, mediano y largo plazo, con responsables a cargo y evaluación de resultados.
Lo anterior exige, ante todo, capacidad de escuchar y gestionar. Bien vale la pena intentarlo para que las nuevas generaciones, en vez de entrenarse para esquivar balas, dediquen el tiempo a prepararse para el futuro.
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El autor es jefe de información de La Nación.
