
Durante su reciente gira a Guanacaste, el presidente de la República se encontró con una niña y expresó a la persona que la cuidaba: “Regálemela y se la devuelvo cuando se gradúe de la universidad”; luego susurró al oído de la pequeña, la cual se retiró de él rápidamente. Ese hecho, grabado en un video, se volvió viral en redes sociales y merece ser analizado desde múltiples enfoques teóricos y metodológicos.
Es prioritario colocarse en la situación de una menor que se enfrenta a un hombre desconocido, recubierto de poder y aclamado por una multitud, que solicita que la arranquen del sitial de protección y cuidado que significa su familia. Es una situación que debe ser tratada con cuidado, aunque se trate de una ocurrencia o una broma.
En algunos cuentos populares que hoy son narrados a la infancia, se hallan episodios en los que un personaje, cargado de fuerza y dominio, pide a los progenitores que le entreguen un niño o una niña como regalo.
Es importante anotar que se desconoce, con precisión, el origen de estos relatos, posiblemente tan antiguos como la costumbre de narrar en voz alta. Lo cierto es que son historias que han sobrevivido durante siglos, y son depositarias de ancestrales saberes. Además, son cuentos incitadores de la reflexión sobre problemas trascendentales que han afectado a la humanidad, entre ellos, el abuso desmedido del poder.
Son múltiples las versiones de cuentos populares en los que se solicita a un niño como regalo o pertenencia y, por lo tanto, recurriré a tres de ellos, muy conocidos, recopilados por los hermanos Wilhelm y Jacob Grimm, en Alemania, en ediciones dadas a conocer entre 1812 y 1857, bajo el título de Cuentos de la infancia y el hogar; me refiero a Verdezuela, La hija del molinero y Caperucita Roja.
Es probable que las historias, reunidas por Grimm, sirvan como testimonios de tiempos medievales, en los que los niños eran entregados como objetos pues sus madres morían por causa de las pestes, las hambrunas o los partos atendidos en pésimas condiciones médicas y sanitarias; también podía ocurrir que el padre fuera una figura absolutamente ausente.
En el cuento Verdezuela, también conocido como Rapunzel, encontramos a una hechicera enfurecida, pues un hombre le ha robado plantas de su jardín para darlas como alimento a su esposa embarazada. La bruja irrumpe en el hogar de la pareja y, después de amenazarla, exclama: “Te dejaré coger cuantas verdezuelas quieras con una sola condición: tienes que darme el hijo que os nazca. Estará bien y lo cuidaré como una madre”.
Los progenitores ceden a la propuesta, y como es conocido en el resto del cuento, la bruja encierra a la niña recién nacida en una alta torre sin escaleras. El largo cabello de la pequeña sirve como cuerda para que la bruja suba y baje de la torre. Un punto de inflexión acontece cuando un príncipe escala la torre a escondidas y deja embarazada a Rapunzel de gemelos.
La hija de molinero es un cuento también conocido como Rumpelstilzchen. En esa historia encontramos a una doncella que se ve obligada a asumir la imposible tarea de transformar la paja en oro; si lo logra, el rey se casará con ella. Un enano aparece y le indica: “Prométeme que, una vez reina, me darás a tu primer hijo”. La muchacha, creyendo que nunca se desposará con el soberano, hace la promesa y un tiempo después, ya convertida en reina y madre, se encuentra en la dolorosa situación de entregarle al enano su recién nacido.
Por su parte, Caperucita Roja ha sido tratado como un cuento de advertencia, como un claro señalamiento de los peligros que conlleva el hablar y hacer caso a propuestas de desconocidos. Es un relato que surge como testigo de épocas en la que la infancia estaba desprovista de derechos, y una pequeña debía cumplir la misión de atravesar sola un bosque para llevar alimento a su abuela. El lobo trata de apropiarse de ella, y en la versión de los hermanos Grimm, exclama: “Esta rapazuela está gordita, es tierna y delicada y será un bocado sabroso”.
La hechicera, el enano o el lobo son amenazantes; por el contrario, las personas que en la actualidad ostentan altos cargos públicos –y que, por lo tanto, son figuras mediáticas–, deberían reflejar todo lo contrario: protección a la niñez, respeto por la familia como primera institución al cuidado de la infancia, así como el procurar la mayor cantidad de recursos para que la educación alcance altos niveles de calidad. Esperemos que así lo cumplan quienes nos gobiernen en el futuro.
Carlos Rubio Torres es profesor jubilado de la Universidad de Costa Rica (UCR) y la Universidad Nacional (UNA).
