Desde hace más de mil cincuenta días estamos hablando de los motivos por los cuales Rodrigo Chaves ganó las elecciones, quedando como presidente de Costa Rica, y no dudamos en asegurar que se debe, en parte, a la polarización social.
De ello, hemos dicho también que se origina en la desigualdad, en el aumento de la pobreza y el deterioro de las instituciones públicas, incluyendo a la clase política, además del auge de las redes sociales que permiten el ejercicio de una violencia generalmente impune.
Y en este último punto, casi siempre nos concentramos en analizar a quienes apoyan al presidente, dejándoles la responsabilidad casi exclusiva de la agresividad que tanto nos preocupa.
A tal propósito, los insultos de “la Colocha” (Yendry Quirós) contra el diputado Ariel Robles, nos vienen muy bien para ejemplificar cuánta razón tenemos.
El origen de la violencia está en esa gente, decimos por acá y por allá, con la conciencia tranquila.
Pero, ¿qué tal si ampliamos nuestras anteojeras?
Notaremos fácilmente que las maneras en que no pocos de quienes se oponen al oficialismo expresan su desánimo califican perfectamente como ferocidad social.
Son, para decirlo directamente, una de las razones del descalabro vincular actual.
Voy a explicarme con ejemplos concretos, citas textuales de perfiles orgullosos de su confianza en los derechos humanos. (Las transcripciones son textuales, errores incluidos).
“¡FELIS NABIDÁ por aquello que un chavestia lo lea y lo pueda entender”.
“Que necia la troll esa XXX, tiene como 10 tweets sobre XXX, la tienen trabajando doble jornada, espero que al menos le estén pagando por ser estúpida de profesión”.
“¿Este medio está avalado por el colegio de periodistas o es otra página aficionada al Chavismo hecha por alguien que ni bachillerato tiene?”
No hay asomo de empatía por la desigualdad educativa, sino oportunidad para ningunear desde un lugar arrogante, en vez de agradecido, por haber podido estudiar, muy probablemente con una beca.
Las citas nos motivan a pensar que, en el acto de etiquetar de idiotas a quienes gustan del presidente, se están eligiendo a sí mismos como ilustrados.
La crueldad y el cinismo manifiestos en las citas, son cualidades que contribuyen, sin ninguna duda, con la ruptura del pacto social: ocasionan daño a personas concretas, ensanchan la división que nos atormenta, producen una doble moral perversa y legitiman el ataque siempre y cuando sea producido por el bando “bueno” contra el “malo”.
Deborah Cameron, lingüista de la Universidad de Oxford, asegura que el uso de groserías funciona para colocarse en el lugar de la autoridad. Desde allí se dice: “fachos”, “mierdas”, “bestias”, ofensas que se tiran con gran ligereza, acuerpados en la idea de ser los salvadores del país:
“Qué lindos los fachos frustrados”.
“chaves zanate bolsa d darmie”
“los chavestias creen que amenazar con violencia es libertad de expresión”, postea alguien, con la paz que le da tener el derecho de decirle bestia a una parte no pequeña de la población, al tiempo que se queja del ataque que producen.
Quienes así ejercen la brutalidad se evitan la vergüenza de catalogarla como tal, pues al ser causada por ellos, pasa a ser, convenientemente, otra cosa.
La explicación de tanto desparpajo, ya lo dije, es asumirse del lado correcto:
“La gente buena somos más”, confirma un diputado de oposición, rompiendo en pedazos su obligación con el país, con toda su población, incluyendo a quienes lo odian.
Semejante a lo denunciado por el bando “bueno”, desde esa orilla también se van al cuerpo de sus opositores, manifestando el deseo de destripar a su oponente:
“Se está cayendo un churchill con el sirope de las tripas de algún acosador”.
Según el filósofo alemán Walter Benjamin, una de las organizaciones de la violencia es la divina, asociada a ideas mesiánicas, tal como lo hacen quienes suelen estar detrás de estas publicaciones: se proponen como redentores sociales, supongo que de los imbéciles a quienes critican, supongo también, por su propio bien.
El peligro de la laxitud moral es que, dependiendo de la población que es objeto del odio, se vuelve aceptable un ensañamiento, el cual sería denunciado con escándalo si estuviera dirigido contra nuestra gente.
Les ofrezco una ilustración internacional de ello en el tan celebrado video donde alguien arroja desde un piso alto un muñeco de Trump. ¿Se imaginan la indignación de ese mismo grupo si el monigote hubiera sido de una figura amada?
Al parecer, según me explicó una estudiante, estaría muy mal hacer lo mismo con alguna población que sí sufre de verdad.
Según esta posición moral, habría un grupo “más matable” que otro, y habría también quienes podrían ejercer maltrato y salir bien librados gracias a un misterioso derecho tan poderoso que no necesita ser justificado ni razonado.
isabelgamboabarboza@gmail.com
Isabel Gamboa Barboza es catedrática en la Escuela de Sociología de la UCR y directora del Posgrado en Estudios de la Mujer de esa universidad.
