
Una horda de monjes despedaza a la filósofa y maestra neoplatónica griega Hypatia de Alejandría, por atreverse a pensar.
Unos señores queman hasta matarla a la estratega militar francesa Juana de Arco, por su osadía frente al poder masculino.
La historia está llena de mujeres que se han atrevido, y de los castigos que se han usado para que sirvan de escarmiento a todas. A pesar de ello, las mujeres insistimos.
Por eso, frente a la campaña para las elecciones generales de Costa Rica 2026 y para la elección de la representación académica por algunas áreas ante el Consejo Universitario de la UCR, hago un llamado para que, en ellas, se rechacen los ataques personales, la polarización y las noticias falsas, y se dé cabida a la honestidad, el respeto y el debate.
Exhorto a la comunidad universitaria y nacional a respetar, en especial, a las mujeres candidatas. Es fundamental que nos abstengamos de prácticas, largamente estudiadas, que buscan dañar su reputación atacándolas en términos morales.
A menudo, a las mujeres en posiciones de poder o que aspiran a él se les impone una doble moral, tanto para “medir” su potencial como candidatas como para evaluar su desempeño en el cargo.
Ustedes y yo sabemos de sobra, porque ejemplos hay miles, con cuánta mayor dureza se las juzga a ellas. Podría invitarlos a revisar las publicaciones con saña desmedida contra la única mujer que llegó a la presidencia de la República que, sin duda, buscan enviar un mensaje a todas sobre lo que les espera de atreverse a desear algún cargo que, aún hoy, se ambiciona como territorio masculino.
Estos sesgos no son causales y es fundamental entenderlos mediante algunas categorías analíticas, tales como la “trampa de la simpatía” (likeability trap), descrita por Alicia Menéndez: se espera que una mujer sea “fácil” de trato, simpática, suave, dulce y llevadera para ser medianamente tolerada.
Esto crea una situación en la que, si a alguien le desagrada una mujer, hablará mal de ella y se le creerá fácilmente, lo cual generará una oleada de rumores que buscan destruir su prestigio, su ánimo y sus vínculos, hasta sacarla de la competencia.
Como afirmó la filósofa española Amelia Valcárcel, existe una “ley del agrado” que impone a las mujeres la obligación no escrita de ser agradables. El simple hecho de no sonreír con frecuencia o hablar con tono firme rompe estos mandatos, haciéndolas blanco de más ataques.
Pero estas trampas son una situación sin salida: si una mujer es percibida como “simpática”, se le criticará por ser incompetente.Asimismo, la “teoría del rol congruente” (Role Congruity Theory) de Alice Eagly y Steven Karau, explica por qué se penaliza a las mujeres con un liderazgo firme y seguro.
Características aplaudidas en los hombres son traducidas en ellas como defectos para criticarlas: “mandona”, “difícil”, “despectiva”, “violenta”, “autoritaria”, “intensa”.
Una mujer así tendrá menos probabilidades de ser elegida porque dispara un rechazo que suele ser inconsciente e irracional, pero también porque recibe más embestidas perfectamente planeadas.
Se espera que una mujer con poder no dé órdenes, sino que pida favores. Pero ¡trampa al fin! ¡La odiarán en el primer caso y la menospreciarán en el segundo!
Por otro lado, el “sexismo benevolente” analizado por Susan Fiske y Peter Glick, asume que las mujeres son autoridades más cuidadosas y sensibles. Esa demanda de “cuidado materno” nunca es reconocida como un mérito sino como un deber, e incluye mantener las ambiciones personales con muy bajo perfil, priorizando en todo momento el servicio a los demás.
Si falta, se castiga duramente como crueldad o incompetencia, reforzando la idea de que “las mujeres no sirven para el poder”, o que “son peligrosas”.
¡Sigan poniendo mujeres en el poder! Gritan dioses y mortales por doquier.
A estas alturas de mi escrito, usted ya lo sabrá. Sí: si no se mueve, mal; si se mueve, peor.
Se llama la “ley de Hartman” (sin autoría definida) y postula que cualquier cosa que una mujer en el poder haga será malinterpretada, ridiculizada o devaluada.
Se las asocia con la astucia, la maldad, la impredecibilidad y, sobre todo, con la frivolidad. Es común que se las acuse de usar el poder para caprichos o trivialidades como viajes o venganzas, confirmando una banalización de lo femenino en las altas esferas. Para ver esos mecanismos y evitar caer en la trampa de creer y condenar, debemos usar un “microscopio”, como sugirió la filósofa estadounidense Marilyn Frye.
Ella lo resumió perfectamente: “Damned if you do and damned if you don’t”.
A nosotras nos criticarán, hagamos lo que hagamos.
isabelgamboabarboza@gmail.com
Isabel Gamboa Barboza es escritora, profesora catedrática de la UCR y docente tiktokera.