
Los árboles son piezas fundamentales para la estabilidad climática, la biodiversidad y el bienestar humano. Sin embargo, su estado actual es alarmante. Según la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), una de cada tres especies de árboles se encuentra amenazada de extinción. Este dato –basado en la evaluación de más de 47.000 especies– refleja una crisis global silenciosa pero profunda.
Costa Rica, a pesar de sus importantes avances en restauración y cobertura forestal, no es ajena a este desafío.
Nuestro país alberga una extraordinaria riqueza de árboles endémicos y especies clave para la funcionalidad ecológica de los bosques, muchas de las cuales están amenazadas por la fragmentación del bosque, la expansión agrícola y la extracción ilegal. De acuerdo con el Sistema Nacional de Áreas de Conservación (Sinac), existen especies endémicas en estado vulnerable como el roble encino (Quercus costaricensis), que juegan un rol crucial en los ecosistemas de altura y cuya regeneración depende de condiciones muy específicas que hoy están comprometidas.
Además del valor ecológico, la ciencia ha comenzado a revelar aspectos sorprendentes del comportamiento de los árboles. Investigaciones como las de Suzanne Simard, de la Universidad de British Columbia, han demostrado que los árboles se comunican entre sí mediante redes subterráneas de micorrizas, un sistema conocido como “Wood Wide Web”.
A través de estas redes de hongos en el suelo, los árboles madre –generalmente individuos antiguos y de gran porte– envían nutrientes, señales de advertencia y carbono a árboles más jóvenes o débiles, lo que favorece la resiliencia del bosque.
La tala de árboles madre rompe estos vínculos y debilita la capacidad del bosque de adaptarse al cambio climático y a perturbaciones como incendios o plagas. Esto subraya la importancia de proteger no solo los bosques en su conjunto, sino también los árboles clave que sostienen la red ecológica.
Ante este escenario, la protección efectiva de los bosques existentes, la restauración ecológica con especies nativas y endémicas, y el fomento de un uso forestal sostenible son imperativos. Restaurar bosques no se trata únicamente de sembrar árboles, sino de reconstruir ecosistemas funcionales, lo que implica usar especies adaptadas localmente y respetar la dinámica ecológica original. La reforestación con especies exóticas o de rápido crecimiento, sin planificación ecológica, puede incluso degradar aún más el suelo, el agua y la biodiversidad.
Costa Rica cuenta con herramientas jurídicas y técnicas para avanzar, como la Ley Forestal, los incentivos por Servicios Ambientales (PSA) y el Plan Nacional de Restauración de Paisajes.
Pero la implementación efectiva requiere financiamiento sostenido, fiscalización rigurosa y participación comunitaria. Además, urge articular mejor las políticas forestales con los compromisos climáticos y de biodiversidad del país, como el Marco Global de Biodiversidad de Kunming-Montreal y el Acuerdo de París.
Pero, incluso más allá de su valor ecológico y económico, los árboles han sido símbolos sagrados para numerosas culturas y religiones a lo largo de la historia. En muchas tradiciones, representan la conexión entre el cielo y la tierra, la vida y la muerte, el pasado y el futuro. Esta visión espiritual no está desligada de la ciencia: hoy sabemos que los árboles interactúan como familias, que se comunican, cuidan a sus crías y colaboran para sostener el equilibrio del bosque. No son simples columnas de madera; son seres vivos con memoria ecológica y función social dentro del ecosistema.
Por eso, cada vez que consumimos productos de madera, tenemos una responsabilidad. Debemos preguntar: ¿De qué especie y lugar proviene? ¿Fue extraída legalmente? ¿Es madera certificada o trazable? La trazabilidad y la certificación forestal no son trámites técnicos, sino actos de conciencia frente a seres que, silenciosamente, hacen posible la vida.
Invertir en el bosque es invertir en el futuro. Su capacidad para almacenar carbono, conservar agua, sostener suelos y albergar vida no tiene sustituto. ¿Acaso hay alguien que no tenga gratos recuerdos que incluyan algún árbol al que haya trepado a sus ramas o se haya acostado bajo su sombra?
En palabras de Simard: “Los bosques no son simples conjuntos de árboles. Son redes sociales dinámicas, con memoria, reciprocidad y cooperación”. Proteger estas redes es proteger a las familias que nos sostienen, y que, si tenemos suerte, podrán también sostener a nuestros hijos.
aimee_lb@yahoo.com
Aimée Leslie es gestora ambiental y doctora en transiciones hacia la sostenibilidad.