EscucharAl norte de San José, hay un edificio desconocido que es un tesoro nacional. Por fuera no lo parece, con su geometría plomiza de aburridos ángulos rectos. Por dentro, su incalculable valor tampoco salta a la vista de inmediato: solo hay hileras de estanterías de hierro azul asentadas sobre un piso de placas de concreto verde. Pero nomás dar unos pasos, un suave aroma a papel viejo resuelve el acertijo: se trata de una de las pocas hemerotecas de Costa Rica; una cámara donde palpitan apaciblemente 78 años del país.
Los anuncios publicitarios, a veces de médicos que recomiendan nicotina, dan fe de la evolución científica y de las políticas públicas; el nivel de español de los textos narra el cuidado y cariño de mis colegas de antaño por documentar la ahora historia, antes coyuntura; los negativos fotográficos completan el viaje al pasado con reminiscencias de color y sonido.
Con cada periódico, jornada a jornada —catástrofes, triunfos, crisis y elecciones incluidas—, La Nación fue abriéndose espacio en la cotidianidad de los ciudadanos hasta convertirse en el principal diario del país. El más leído y también el más escrutado por la opinión pública.
El primer editorial del periódico —titulado Nuestro Derrotero y publicado el 12 de octubre de 1946—, contiene en su núcleo un párrafo que explica la naturaleza de nuestra cobertura y su aporte en la búsqueda de un mejor país; en el sentido más objetivo posible de la afirmación:
“Los actos de los gobiernos —aquí y en otras latitudes, especialmente en los países de nuestra raza— son con más frecuencia objeto de censura que de alabanza. Nace esa particularidad —así hemos de creerlo— de una inconformidad permanente, que consideramos creadora de progreso. La inconformidad equivale o responde a un anhelo de mejoramiento y, en ese concepto, constituye una fuerza creadora, ya que mantiene latente la exigencia a los gobiernos, de obras de progreso, de mejoras administrativas, de reformas institucionales, de probidad en el manejo de los fondos públicos, de respeto y acrecentamiento de las libertades”.
Del párrafo, destaco una frase que considero alma no solo del periodismo, sino de las más sanas democracias: “una inconformidad permanente (...) creadora de progreso…“.
Es un tatuaje de convicción que dilucida por qué La Nación ha fiscalizado sin miramientos a las administraciones Picado, Ulate, Figueres, Echandi, Orlich, Trejos, Figueres, Oduber, Carazo, Monge, Arias, Calderón, Figueres, Rodríguez, Pacheco, Arias, Chinchilla, Solís, Alvarado y Chaves. Y fiscalizará las que vengan.
Vaya bien o mal un país —dicho de forma esquemática, porque siempre hay matices y el mundo no es binario como el populismo, la polarización y la posverdad tratan de dibujarlo—, siempre puede ir mejor. Siempre se puede progresar (si no, ¿para qué trabajamos y para qué trabajan nuestros funcionarios?).
¿Cómo puede este anhelo de mejoramiento molestar a un presidente; cualquiera que sea?, me pregunto. ¿No se supone que queremos lo mismo: vivir en el mejor país posible? Un funcionario debería reconocer, con trabajo, humildad y honradez, el privilegio de que sus conciudadanos mantengan su salario a cambio de prestar servicios que dignifiquen su patria.
Saber que el mejor periodismo investiga y revela al público cuando una ley se incumple, cuando un acto de corrupción se identifica, debería más bien ser un incentivo de probidad.
Digo esto a sabiendas de que son muchos más los funcionarios que actúan correctamente y en beneficio del país, aunque hagan menos ruido. Y que todos, también trabajadores del sector privado, empresarios responsables de mover buena parte de la productividad y la población en general, tenemos mucho que aportar a la medra de nuestro territorio.
A nosotros, periodistas de esta casa editorial que engloba las publicaciones La Nación, La Teja y El Financiero, nos toca enaltecer el trabajo de nuestros colegas del pasado y el ímpetu de nuestros fundadores, autores de un texto magnífico que engalanó la edición N.° 1., año N.° 1 de este diario.
Deseo compartirles mi visión del periodismo que buscaremos mantener y mejorar, y me comprometo ante ustedes a trabajar por ello junto con un equipo compuesto por los mejores profesionales:
Queremos ser una herramienta útil, un servicio de información profesional que ayuda a los ciudadanos a entender lo que pasa, que explica las noticias a lo largo de su historia y documenta los hechos —y la verdad detrás de los hechos— con un periodismo de rigor, meticuloso, justo y balanceado.
Pero un periódico como La Nación también debe entretener, ayudar y acompañar inteligentemente a los costarricenses en los diferentes desafíos de la vida cotidiana. Apuntamos muy alto en este nuevo proyecto. Apuntamos a hacer un periodismo tan bueno, profundo, importante y diferente, que la decisión de invertir en nuestra suscripción será lógica para muchas personas. Pero no damos a la audiencia ni a nuestros suscriptores por sentado. Queremos merecer ese espacio en el presupuesto de las familias.
La Nación hará las mejores y más profundas investigaciones y reportajes multimedia sobre política nacional, y también hará periodismo histórico que ayude a comprender mejor el presente; crónicas y lecturas ricas que den otra dimensión de calidad al ecosistema de medios; periodismo de soluciones y de servicio que proponga ideas de peso en la resolución de problemas en un abanico de aristas.
Aspiramos, también, a tener la mejor y más atractiva cobertura de deportes del país, así como un periodismo de entretenimiento, arte y cultura irresistible. Y mucho más. Seremos un laboratorio de innovación que interprete el presente móvil y las necesidades tecnológicas de los usuarios.
Mientras tanto, nuestra valiosa hemeroteca seguirá alimentándose con el trabajo de mis colegas, ciudadanos que, como usted y como yo, desean vivir en el mejor país posible y aportan con su trabajo y campo de pericia diversos granos de arena en esa dirección cada semana. Inconformes siempre.
