
Diciembre tiene una atmósfera engañosa. Huele a ciprés, a regalos y a celebración, pero si agudizamos los sentidos, debajo de ese aroma festivo se percibe otro olor también: el del cansancio acumulado. Si cierra sus ojos un momento y escanea mentalmente su cuerpo, probablemente lo sienta en alguna parte de él. Esa pesadez en los trapecios, ese zumbido mental que no para, esa sensación de estar cruzando la línea de meta del año no con los brazos en alto en señal de victoria, sino arrastrándose, con la lengua afuera y esa frase que un año más se repite: ”que termine el año, por favor”.
Miramos el calendario y nos damos cuenta de que hemos superado otros 12 meses de frenesí. Y aquí me asalta la pregunta que quiero compartir de la manera más honesta: ¿es esto vida o es solo supervivencia?
De nuevo, viene a mi mente el filósofo Byung-Chul Han y se hace oportuno citar una verdad que lanzó y que duele como una astilla clavada en la psique colectiva: “En esta sociedad del logro, no hay verdaderos ganadores, solo supervivientes exhaustos”.
Esa frase resuena en mí porque lo veo en mi entorno, mis clientes y mi círculo cercano.
Lo veo, querido lector, probablemente este fin de año, brindando por la “salud” en las fiestas, cuando ha pasado más de 300 días sacrificándola en el altar de la eficiencia. Lo veo prometiendo “ahora sí, a descansar”, mientras su mente ya está diseñando la estrategia de enero, y con las 12 uvas de medianoche, ya está planeando metas del año venidero.
¿A qué se debe que hemos normalizado llegar al final del año sintiéndonos exhaustos, frenando la locomotora del tiempo y deseando que sea el último día laboral para “desconectarnos”?
El diagnóstico: la ‘pobreza de tiempo’
Para entender por qué nos sentimos así, debemos ponerle nombre a nuestra dolencia. No es solo “estrés”. Lo que padecemos es una condición estructural que la economista Clair Vickery identificó en 1977 y que hoy es epidémica: la “pobreza de tiempo”.
Vickery definió la pobreza no solo como la falta de dinero, sino como la carencia crítica de tiempo disponible una vez que se han cubierto las obligaciones del trabajo remunerado y no remunerado (como el cuidado del hogar y la familia). La “pobreza de tiempo” es vivir en números rojos de energía vital. Es cuando su “deber hacer” devora por completo a su “poder ser”.
En esta pobreza, perdemos la soberanía sobre nuestras horas. Nos convertimos en indigentes temporales robando minutos al sueño o a la intimidad para seguir produciendo.
Es una trampa perfecta: tenemos más herramientas tecnológicas para “ahorrar” tiempo, pero, paradójicamente, tenemos menos autonomía que nunca para disfrutarlo. Esta carencia nos deshumaniza, nos desconecta del gozo y nos deja en ese estado de supervivencia crónica.
El antídoto: la productividad consciente
La productividad consciente es una filosofía que reconoce nuestra biología. Entiende que somos seres rítmicos, no lineales. La productividad consciente busca lo que yo llamo, la "riqueza del bienestar": la capacidad de estar presentes y de trabajar con enfoque, pero sin desgaste; de producir para edificarnos en vez de drenarnos, y de respetar el descanso como una responsabilidad ética, no como un premio. Es entender que no hacer nada a veces es la acción más productiva posible para restaurar la creatividad y la salud mental.
2026: un año de ‘microrresistencia’
Si ha llegado a diciembre exhausto y con la lengua afuera, no termine el año con un propósito para 2026 que sea “lograr” o “alcanzar”. Eso sería seguir alimentando la “sociedad del cansancio”, en la que cada uno se explota voluntariamente, según lo expresa Han.
Quiero invitarlo/a a una revolución silenciosa y proponerle que el próximo año incorpore nuevas "microrresistencias". Pequeños actos de rebeldía cotidiana para dejar de ser un superviviente y volver a ser humano:
- La resistencia del Homo Ludens: Han nos recuerda que el hombre nació para jugar (Homo Ludens), no solo para trabajar (Homo Laborans). En 2026, resista la urgencia de ser útil todo el tiempo. Jugar es… tirarse al suelo con sus hijos, pintar sin saber pintar, recuperar relaciones exiliadas; en fin… más “siesta” y más “fiesta”.
- La resistencia del ritmo: Contra la velocidad impuesta, imponga su propio ritmo. Practique la pausa sagrada. Si la "pobreza de tiempo" lo empuja a correr, la "productividad consciente" lo invita a parar antes de estar roto. Deténgase tres minutos cada hora. Respire. Reclame su soberanía fisiológica.
- La resistencia de la vulnerabilidad: La sociedad del rendimiento nos exige positividad tóxica y un “sí” perpetuo. Su mayor resistencia será decir “no” y decir “no puedo”. Construya una vida con límites para vivir mejor. Bajar la guardia no es fallar; es dejar de sostener una ficción insostenible.
El regalo antes de Navidad: quitarse la armadura
Mientras las luces de fin de año parpadean y el ruido de los festejos intenta tapar el vacío, haga un pacto de honestidad consigo mismo.
Frente al espejo, mire esas ojeras, mire esa tensión en la mandíbula o mire esa caída de cabello. ¿Qué más observa? Ahora, en vez de exigirse más para el año que viene, suelte la armadura. Esa armadura de eficiencia, de “yo puedo con todo”. Pesa demasiado y ya no lo protege; por el contrario, lo deja exhausto.
Olvide los propósitos vacíos de cajón. La realidad es innegable: si no cambia su sistema operativo mental, repetirá este agotamiento.
En 2026 regálese una decisión vital: elija entre seguir siendo pobre de tiempo o construir su riqueza de bienestar. La salida sostenible es producir con más consciencia y dejar de sobrevivir a su propia agenda para empezar a gobernarla.
¡Que el regalo de esa decisión le devuelva vida y salud en este 2026!
bmartinez@organizacionespositivas.org
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Betsy Martínez Montero es promotora e investigadora del florecimiento humano y organizacional. Especialista en Psicología Positiva y en transformación de culturas y organizaciones. Es fundadora del Instituto de las Organizaciones Positivas y docente en programas de Liderazgo, Bienestar y Coaching.