Este año, como en los últimos ocho, se celebró el Día Mundial del Futuro. Tradicionalmente se efectúa una actividad presencial en uno de los países, con asistencia de personalidades de institutos, organizaciones, universidades, laboratorios de ideas, organismos internacionales y futuristas.
A diferencia de los últimos dos años, en que la pandemia fue el centro de atención, esta vez fue el llamado a la solidaridad humana lo que primó; y no solo por la invasión de Rusia a Ucrania, sino también por el clamor de los países más pobres sobre la necesidad de la solidaridad universal y las repercusiones de lo que se conoce como amenazas estratégicas globales.
Una de las recomendaciones más relevantes fue la solicitud expresa y la motivación para leer y analizar en todos los espacios posibles —académicos, medios de comunicación, foros, ministerios de relaciones exteriores, etc.— el documento denominado Nuestra agenda común.
El documento fue preparado en el 2021 por el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, a pedido de la Asamblea General en el septuagésimo quinto aniversario de creación de esta organización, en el 2020, y plantea, grosso modo, a lo que deberíamos aspirar como humanidad en el futuro.
Paralelismo
En el capítulo 1, titulado “Llamada de atención”, se hace hincapié en el contexto y la razón por la cual se creó la ONU hace 75 años, cuando el mundo salía de una serie de sucesos catastróficos: dos guerras mundiales sucesivas, genocidio, una devastadora pandemia de gripe y una depresión económica mundial.
En ese momento, la incertidumbre se apoderó de la humanidad, pero fue un punto en el futuro, una imagen positiva y alentadora lo que permitió que las personas se unieran y dieran credibilidad a una institucionalidad multilateral que lideraría el retorno a la estabilidad.
La promesa fundamental en el origen de la ONU fue que las nuevas generaciones no vivirían un holocausto o una guerra, ni verían una destrucción y un osario humano como el encontrado en Europa, o la destrucción causada por una bomba atómica.
No fueron pocos los participantes en la actividad del Día Mundial del Futuro los que encontraron similitudes con 1945, pero agravado por dos elementos adicionales. Vivimos una crisis generalizada de confianza en las instituciones y la solidaridad humana ante la crisis pandémica evidenció que era un discurso muy poderoso que no había sido puesto a prueba hasta la emergencia de la covid-19.
Como destacaron los profesores Muhammad Ali Pate y Julio Frenk, del Departamento de Salud Global y Población de la Universidad de Harvard, cuando azotó la pandemia cada país buscó la forma de resolver su situación y los que tenían muchos dispositivos médicos clave, como cubrebocas y máquinas de oxígeno, los acapararon.
Pero no menor es la situación de la vacunación; hay países donde ya se está administrando el refuerzo (tercera dosis), pero en África, por ejemplo, la primera dosis ha sido administrada apenas a un 5% de la población.
Lo que se avecina
¿Por qué es un dato preocupante? Nuestra agenda común plantea que los desafíos planetarios que se avecinan tendrán mucho más impacto. “No nos engañemos: la covid-19 parecerá una nimiedad en comparación con los desafíos que nos depara el futuro, si no aprendemos de los fracasos que han costado vidas y medios de subsistencia. Según nuestras mejores previsiones, tenemos por delante una difícil decisión: seguir adelante como si no pasara nada y arriesgarnos a que se produzca un retroceso importante y una crisis perpetua, o hacer esfuerzos concertados por avanzar y conseguir un sistema internacional que esté al servicio de las personas y el planeta”, dice el documento.
Recuperar la confianza en la institucionalidad es primordial. De acuerdo con el barómetro Edelman de confianza 2021 —índice general de confianza que agrupa gobiernos, ONG y empresas—, este indicador se vino abajo en todos los países, pero llama a la reflexión que también sucediera en países de reconocida estabilidad institucional, como Corea del Sur, Canadá y el Reino Unido. Y ni decir de la credibilidad y la confianza en la institucionalidad en los países de América Latina, donde según el Latinobarómetro la confianza en las instituciones públicas es menor al 40%.
La llamada de atención contenida en Nuestra agenda común es en pos de recuperar el concepto de solidaridad humana y la significación de la institucionalidad para mediar entre los que se ven más afectados y los que se “benefician” de las crisis.
“La solidaridad es el valor fundamental en virtud del cual hay que hacer frente a los problemas mundiales de tal manera que se distribuyan equitativamente los costos y cargas de conformidad con los principios básicos de la equidad y la justicia social y haciendo que quienes sufren o se benefician menos reciban ayuda de quienes se benefician más”, afirma la resolución 57/213 de la Asamblea General.
Quizá pronto la ONU cuente con una oficina de estudios prospectivos sobre los temas que constituyen las “grandes amenazas estratégicas globales” y se vuelva a generar un liderazgo universal anticipatorio que nivele las condiciones y oportunidades entre los que pueden enfrentar grandes crisis y los que serían víctimas de estas.
El autor es docente en la UNA y la UCR.