Una de las grandes debilidades de nuestro país es la soledad vital en la que nos encontramos, en un mundo que se enreda cada vez más. Explico esta afirmación mediante una comparación histórica con la gran crisis de la década de los ochenta del siglo pasado.
En esa época se configuró una situación muy peligrosa para Costa Rica. Coincidieron varias amenazas en nuestro destino como nación democrática: el agotamiento del estilo de desarrollo basado en la agroexportación simple y la industrialización sustitutiva de importaciones, la crisis de la deuda externa y, en especial, los conflictos político-militares en la región, que interrumpieron el Mercado Común Centroamericano y convirtieron al Istmo en uno de los puntos calientes de la geopolítica mundial.
Esa vez Costa Rica contó con aliados —algunos muy incómodos y peleados entre sí— que le permitieron crear un espacio para gestionar la crisis. Uno de esos amigos incómodos dio un subsidio diario de millones de dólares, que, en un “momento tatá”, oxigenó la economía del país. Tuvimos la ventaja de contar con partidos fuertes (de centro, derecha e izquierda), que domaron los intentos de los ultras, de uno u otro lado, por desestabilizar el país.
Hoy enfrentamos otra época de gran peligro. Se combinan las debilidades internas de nuestro estilo de desarrollo con complejos factores globales, como la pandemia, la crisis climática y el retroceso de la democracia. Esta vez, sin embargo, nuestras defensas son más débiles y vulnerables: el apoyo a la democracia es menor, el sistema de partidos está colapsado y pululan, con alguna tracción, los discursos antisistema. Además, nuestros amigos están en otra cosa: EE. UU., acosado por sus demonios, esta vez no hará uso de la billetera para salvarnos; Europa está distraída con los problemas en sus fronteras sur y este; y China tiene poco interés en las causas democráticas.
Estamos mano a mano frente al peligro, en una Centroamérica (¡otra vez!) cada vez más autoritaria, excluyente e inestable. Si, de feria, al país le entraran dudas sobre su compromiso con la democracia y la sostenibilidad ambiental, fortalezas de nuestra marca país, nuestra precariedad estratégica se haría más grave: ¿Qué nos distinguiría de la Latinoamérica extractivista y populista? Todos, con una u otra forma de pensar, tenemos gran responsabilidad de evitar que el fuego alcance a quemar nuestra casa común.
El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.