Uno de los pecados originales del personalismo mesiánico que salpica a muchos movimientos políticos contemporáneos es la carencia de un planteamiento ideológico, de un proyecto de fondo y de una visión compartida de futuro que permitan aglutinar voluntades perdurables en el tiempo.
Cuando esos ingredientes hacen falta, ocurren episodios como los que hoy estremecen a la joven alianza del chavismo. Solo cuatro días después de que se anunciara la fusión de cinco agrupaciones políticas afines al presidente Rodrigo Chaves alrededor del Partido Pueblo Soberano (PPSO), ya hay disidentes.
El pasado miércoles, el partido Esperanza y Libertad confirmó su “sorpresiva” renuncia a la alianza. Uso las comillas porque, a la luz de los hechos que han trascendido en las últimas horas, todo parece indicar que esta fractura era un secreto a voces que el comando de campaña intentó ocultar.
Pero lo más inquietante fueron las revelaciones hechas por Carlos Palacios, presidente de la agrupación, sobre las circunstancias que propiciaron su salida:
División: Palacios aseveró que hay “fuertes discordias” en la alianza por la escogencia del PPSO como la divisa insignia, ya que dos o tres partidos le dijeron a sus bases que iban a ser el partido elegido. “Al momento que no lo son, se arma una contienda bastante fuerte a lo interno, que nadie quiere aceptar”, aseveró.
Burla: Afirmó sentirse “utilizado y burlado” desde que asistió a una cena a la que fueron convocados varios partidos para hablar sobre una posible alianza. Relató que la dirigencia filtró, sin permiso de los presentes, una foto del encuentro a medios afines al gobierno indicando que empezaba una coalición.
Mordaza: Mientras el comando negaba la ruptura en público, Palacios dijo que el jefe de campaña del chavismo lo llamó “técnicamente poniéndone una mordaza en la boca”, para reclamarle por supuestas filtraciones a la prensa y para pedirle que no hiciera comentarios ante la opinión pública.
Si por la víspera se saca el día, tal parece que este no será el único socollón que sufrirá la casa chavista.
Está claro que agitar un retrato del mandatario como ritual hipnótico es un recurso insuficiente para conciliar intereses dispersos, lograr cohesión programática y, sobre todo, mostrar idoneidad ante el electorado. Tampoco es una cura para algunas prácticas censurables que ya comienzan a asomar.
