Monseñor Romero, arzobispo de El Salvador, fue asesinado en 1980 por un escuadrón de la muerte. Fue llamado “la voz de los sin voz” porque denunció las atrocidades cometidas por militares contra gente sencilla del pueblo. Tantas décadas después, aún recuerdo el discurso en el que dijo: “Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios… Les ordeno: cese la represión”.
Fue declarado mártir y santo por la Iglesia católica y, aun para muchos que no somos religiosos, es un ejemplo de dignidad y sentido de la justicia, de valentía frente al peligro extremo. Hay que dejarse de vainas: pocas personas en el mundo tienen una integridad como la suya.
Con el tiempo, sin embargo, la expresión magnífica de ser “la voz de los sin voz” ha sido cada vez más empleada para referirse a personas en situaciones mucho menos heroicas que las que vivió monseñor Romero. Hoy, ya no refiere a un acto de valentía extrema –dar voz a perseguidos en peligro inminente de muerte y emplazar a los poderosos poniéndose, de paso también, en grave riesgo–. Se usa para decir que un fulano habla por los demás, aun cuando esos “demás” puedan perfectamente hablar por ellos mismos y sin mayores consecuencias. Y que lo hace porque presume conocer como nadie más lo que los sin voz quieren o necesitan.
Lo que empezó como reconocimiento de un acto heroico ha terminado banalizándose como recurso de cualquier operación de marketing. Se le quita la sustancia y queda el cascarón. Y no es, por cierto, la primera vez que eso pasa con actos o pensamientos trascendentes. Un ejemplo es la frase del pensador francés Descartes: “(Dudo), pienso, luego existo”, clave para el pensamiento moderno. Se le han dado ingeniosos giros como “pienso, luego vendo”, “bebo, luego existo”… y siga sumando memes.
Esa banalización no es inconsecuente, y menos en política. Por esa vía, cualquier político de piripipao puede clamar la representación popular, el manto sagrado de la voz de los sin voz. Además, campaña publicitaria mediante, obtiene un halo de luchador heroico, sin haber hecho nada más que ruidos ni haberse expuesto a ningún peligro. Y hasta feligreses consigue. Entonces, la pedestre lucha por amasar poder obtiene, así de fácil, una pátina de misión trascendental. Representar a la ciudadanía se trastoca en una exigencia para un cheque en blanco, todo en nombre de los débiles. Así, hasta yo.
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Jorge Vargas Cullell es sociólogo.