
Hace un año, la app de citas Bumble retiraba una campaña que, en un tono que pretendía ser jocoso, advertía a las mujeres contra el celibato. La compañía se disculpó luego de escuchar los comentarios de cientos de mujeres heterosexuales de cómo hay muchísimas razones para no querer salir con chicos. Esto revivió una conversación sobre la desconexión que sienten las mujeres que intentan emparejarse.
Ya ha habido otras señales, incluso, más contundentes, como el movimiento surcoreano 4B, en el que las mujeres, en protesta a una sociedad misógina, han decidido no salir con hombres, no casarse y no tener hijos.
En paralelo, hay quienes hablan de una “epidemia de soledad masculina”. El informe de la OCDE All lonely people menciona que los hombres, especialmente en países desarrollados, tienen menos amistades cercanas.
Los hombres están solos a su pesar. Según un estudio del Pew Research Center, el 61% de los hombres solteros menores de 30 años dijo que quería estar en una relación comprometida, en comparación con solo el 38% de las mujeres solteras del mismo grupo de edad. Ese mismo estudio menciona que las mujeres solteras tienden a reportar mayor bienestar emocional, independencia y satisfacción personal.
“Aquí el problema también es el patriarcado”, me dice una amiga cuando comentamos el problema. Y sí, sabemos que los hombres, por los roles de género asignados socialmente, tienen dificultades para expresar sus sentimientos y, por ende, conectar.
Tiene que ver con el patriarcado, pero la herida se siente distinta si uno se la provocó. Muchos hombres están vinculándose con políticas, partidos e ideologías que buscan dominar a las mujeres. No les puedo describir lo desestimulantes que son los hombres que siguen obsesionados por la “economía” y se hacen de la vista gorda sobre los efectos nefastos que las decisiones de su partido tienen directamente en la vida de las mujeres. Entre muchos otros problemas, el elegir a abusadores de mujeres en puestos de poder nos tiene en una profunda bancarrota moral.
A los hombres jóvenes, lo que algunos partidos realmente les están ofreciendo es una prótesis de masculinidad tradicional basada en gritos, matonismo y simbología de animales salvajes. Ninguna innovación. Es lo más joco que el patriarcado tiene que ofrecer, pero funciona porque crea una suerte de propósito que llenan con esta hambre de dominación.
Hace un par de meses, La Nación reportó sobre un estudio de la Fundación Friedrich Ebert Stiftung, que revelaba la preferencia del 44% de los hombres jóvenes de este país por los gobiernos autoritarios versus la democracia (frente a un 36% de las mujeres). Para sorpresa de nadie, el apoyo al gobierno actual, según el CIEP, está compuesto en su mayoría por varones. En distintos contextos, los hombres tienden a tener posturas más conservadoras, de derecha y han mostrado más apego a los llamados valores tradicionales, según el Pew Research Center y el World Values Survey.
Esa agenda conservadora afecta a las mujeres de manera desproporcionada por la restricción de sus derechos reproductivos, su exclusión de la vida pública y el reforzamiento de los roles de género que les termina arrebatando su autonomía económica.
¿Se puede reconciliar el tener una pareja que decididamente escoge, a través de su voto o de su forma de ver el mundo, ideas que atentan contra los derechos de las mujeres? ¿Cómo alguien podría rendirse en el juego y la intimidad con alguien que apoya a un gobierno que minimiza la violencia de género? ¿Qué mujer puede sentirse segura con alguien que tiene un gusto por el autoritarismo? Lo personal es político o, dicho de otra forma, el juego previo es que abogués por mis derechos.
Terry Real, un terapeuta estadounidense, considera que los hombres están deprimidos y solos por su miedo profundo a la intimidad. El periodista Daniel Oppenheimer, en un artículo en el que narra su terapia con Real, explica cómo los hombres usan también sus relaciones románticas como ejercicios de dominación. Real plantea el concepto de “empoderamiento relacional”, un escenario en el que el hombre se fortalece, no para dominar al otro, sino para invertir esa fuerza en cada vínculo. Una masculinidad que permita construir relaciones profundas de toda naturaleza, que sanen la herida (a veces autoinflingida) de la soledad.
En la época de las apps, en las que las personas pueden elegir la tendencia política del pretendiente con el que salen, me pregunto cuáles son los puntos de encuentro para influir. Mi amiga me advierte de que ella no quiere influir en nadie, que “los conservadores son inconvencibles”. Entiendo su punto. Definitivamente, no quiero darle una tarea más a las mujeres.
En cambio, quisiera que los hombres se rebelen contra un sistema que promete beneficiarlos. Porque no existe una política ventajosa que excluya a la mitad de la población. No existe un “mundo mejor” cimentado en la opresión de un género. Somos interdependientes; nuestras vidas y destinos están indefectiblemente intrincados.
La política puede dejar de ser vista como un arma de dominación. Así es como sacaremos del poder a estos personajes crueles que parecen disfrutar de caracterizar a villanos. Y, tal vez, así es como finalmente podremos volver a enamorarnos, las unas de los otros, cuando tengamos certeza de que alguien tiene nuestro bienestar en el corazón de las decisiones que toma.
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Andrea Vásquez R. es comunicadora social especializada en Inclusión y Equidad.