
FIRMAS PRESS.- Con permiso del cineasta español Agustín Díaz Yanes, cito el título de una de sus películas, la magnífica Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, porque encaja con el temor de olvidar a quienes mueren luchando por causas trascendentales. En el caso particular del opositor ruso Alexéi Navalni, su fallecimiento no fue debido a causas naturales, sino, según denuncia su viuda, Yulia Navalnaya, por envenenamiento.
Para no caer tan pronto en la desmemoria colectiva, es preciso recordar una vez más que Navalni fue víctima del régimen opresor de Vladimir Putin. Y no lo fue solo en los últimos tiempos de su corta vida (47 años), sino a lo largo de los años que empleó en poner al descubierto la corrupción y la naturaleza despótica del gobernante ruso.
Desde muy pronto, detectó la deriva autoritaria del exfuncionario de la KGB que acabó en el Kremlin, y el opositor no paró en su cruzada contra los abusos de poder de un presidente que pisotea el derecho a la libertad de expresión, persigue a los colectivos LGTBQ, invade países vecinos como Ucrania y modifica la Constitución para perpetuarse en el poder. En una palabra, el perfil de un tirano con ansias imperialistas.
Además de dictatorial, Putin es un capo que manda a encerrar o asesinar a sus adversarios. Sus encargos de asesinatos políticos son verdaderamente escandalosos, por impunes y la vista de todos: exespías de su aparato de inteligencia, “cazados” en el exilio con el gas nervioso Novichok; el mismo agente químico con el que intentaron matar a Navalni en 2020, cuando este hacía campaña contra el oficialismo en Siberia.
El activista fue trasladado de urgencia a Alemania, donde permaneció hasta 2021, año aciago en el que regresó a su país para continuar la batalla. Poco después, fue encarcelado tras un juicio amañado desde el Kremlin y condenado a una pena de 19 años en una cárcel de máxima seguridad situada en el Círculo Polar Ártico.
Navalni murió en febrero de 2024, sin que sus familiares y personas más allegadas pudieran ver su cadáver y encargar una autopsia independiente. Putin consiguió lo que quería: eliminar a un rival político que no le tenía miedo, aún a sabiendas de que sus días estaban contados. Hasta hoy, muchos lloran su pérdida y hasta se atreven a colocar flores en su tumba, a riesgo de que la policía política los fiche.
Navalni duerme el sueño eterno y no lo podemos recuperar, pero su viuda, quien mantiene viva su memoria, acaba de denunciar lo que se sospechaba desde el primer momento: su esposo murió envenenado en su celda y antes de perecer sufrió vómitos y convulsiones. Al parecer, con ayuda anónima desde dentro del penal, se pudieron sacar clandestinamente restos de su ADN que fueron analizados en laboratorios en el extranjero. Los resultados apuntan al tradicional modus operandi de Putin y sus sicarios.
Es importante que Yulia Navalnaya, y la Fundación Anticorrupción que su esposo fundó en 2011 con la misión de que Rusia sea “un país libre, pacífico y próspero”, sostenga la lucha por la que Navalni y otros opositores sacrificaron sus vidas. Es la única manera de que no se cumpla el fatalista enunciado: “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto”. Eso es lo que quisieran Putin y otros indeseables como él. No les demos el gusto, por cómodos y olvidadizos.
Red X: ginamontaner
Gina Montaner es periodista.
