“Cuando tengas dudas, monta el caballo en la dirección que va”, dice su maestro al solitario monje budista que es David Carradine en la serie televisiva Kung fu, de los años setenta.
La frase sobrevivió al tiempo, y hace poco la recordó Michael Douglas en un diálogo con Alan Arkin, en El método Kominsky, otra serie que tiene la virtud de rescatar a una pléyade de viejos intérpretes víctimas de la autofagia hollywoodense, como Ann-Margret, Paul Reiser o Elliott Gould.
La frase sugiere que uno debería seguir la corriente, comenta Arkin, que se pregunta enseguida: “¿Y adónde va la corriente?”
Eso de montar el caballo en la dirección que va, o, lo que es lo mismo, de seguir la corriente, es práctica de sobrevivencia, sobre todo en tiempos de brutalidad y arbitrariedad. ¿Cuánto están dispuestos quienes en el mundo tienen la sartén por el mango a tolerar el punto de vista del que monta el caballo y va en otra dirección? A propósito, recuerdo al viejo Balotta, un personaje de Las palabras de la noche, de Natalia Ginzburg: “Era socialista. Siguió siendo socialista toda la vida; aunque al llegar el fascismo, perdió la costumbre de decir en voz alta lo que pensaba…”
¿Es eso lo que Atticus, el mesurado abogado de Matar un ruiseñor, la célebre novela de Harper Lee, se propone enseñar a sus hijos? Estos discuten un asunto en el que tienen criterios opuestos, y al final lo someten al juicio del padre: “Nuestro padre dijo que ambos teníamos razón...”. ¿También tenía razón el progenitor, valga decir, la tercera razón?
Pero del diálogo entre Douglas y Arkin queda una cuestión pendiente, y es adónde va la corriente, a qué destino nos conduce. El resultado de hilvanar presunciones al respecto puede dejar al descubierto nuestra mala conciencia.
Un buen ejemplo del dilema de seguir o no la corriente es el manifiesto que un grupo de médicos publicó en este diario el pasado 22 de julio: '¿Debemos los costarricenses reaccionar ante lo que pasa en Gaza y Ucrania?’. Se trata, como ellos dicen, de catástrofes humanas imposibles de soslayar argumentando que ocurren muy lejos, no nos conciernen o no las comprendemos, y seguir montando el caballo en la dirección que va. Independientemente de la pertinencia de las propuestas que los médicos hacen, coincido con ellos: “Esto no está bien”.
Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la Presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPI Legal.