
La política es un campo de batalla con rostro masculino. Un ideal de liderazgo anclado a un rancio concepto de masculinidad: un hombre fuerte, duro, dominante, sin sentimientos, que alza la voz y se impone. Un lugar donde los hombres ensayan cómo ser hombres.
Aunque existen las “nuevas masculinidades”, la forma como los hombres se perciben a sí mismos influye en el tipo de líder que buscan. No es una ideología política, sino el reflejo del hombre que busca poder, le teme a la debilidad, desea tener el control; por ende, son autoritarios, soberbios e impositivos.
Esa imagen está relacionada con la virilidad. Por eso, los liderazgos más apoyados por hombres son de “mano dura” y “temple de hierro”. Pero, en otros contextos, este tipo de carácter no sería bien recibido. ¿Tendrían una cita romántica con este tipo de personas? ¿Sería una relación sana?
No es casualidad que los hombres prefieran este discurso. Implica mantener el orden donde el hombre tiene su lugar estable, definido y privilegiado. Este modelo de líder castigador es el padre que todo lo resuelve a punta de faja, pero en versión política. Un consuelo para muchos que sienten que la liberación de la mujer, el feminismo, la diversidad y cambios culturales pretenden quitarles el lugar que ellos mismos se dieron.
Cada vez más hombres se cuestionan esos mandatos sociales. Han aprendido a llorar, a cuidarse, a que hay más emociones que la felicidad y la tristeza que da del resultado del fútbol. El movimiento de “nuevas masculinidades” que nos ha mal llamado “de cristal” ha hecho que hombres sean menos violentos y más humanos.
Este proceso no se ha replicado en la política. Muchos hombres que en su vida personal pretenden ser empáticos, al votar buscan al hombre tosco que promete control y autoridad. Como si en el ámbito privado las emociones fueran permitidas, pero no en lo público. Parte del cambio consiste en interiorizar que la ternura no es sinónimo de debilidad, que la empatía puede estar presente a la hora de tomar decisiones. Sin embargo, cuesta ver en el 2026 un liderazgo que hable sobre el amor y el cuidado.
Si las nuevas masculinidades tuvieran más relevancia, ofrecerían un nuevo paradigma político, en el que la autoridad no dependa del miedo, sino del respeto, y podríamos elegir un líder sin que sus gritos nos ensordezcan.