
Tengo 22 años y pienso en mi juventud, que comparto con 1.893.288 personas en Costa Rica que tenemos entre 12 y 35 años, según el Consejo de la Persona Joven. Constituimos el 37,53% de la población: suficiente para llenar más de 54 veces el Estadio Nacional. El 70% de la juventud del país es mayor de edad y hemos sido convocados a participar en este proceso electoral.
En las últimas elecciones, se ha alertado de que participamos poco, pero no es por apatía; es por falta de interés por los partidos. ¿Cómo va a participar la juventud si nadie la invita de verdad?
Por eso necesitamos espacios de diálogo reales: lugares donde podamos conversar, cuestionar, disentir y también aprender. No actividades juveniles decorativas, sino encuentros honestos donde informarse sea accesible: mesas de trabajo, foros en los barrios, conversaciones con vecinos y familias; espacios donde la voz joven cuente.
Para que eso exista, los partidos deben abrir sus puertas y mantenerlas abiertas: responder preguntas, explicar por qué importan sus propuestas y mostrar coherencia entre lo que dicen y hacen. La credibilidad se construye con transparencia. La participación ciudadana no nace sola; se construye entre partidos, gobierno y ciudadanía.
La solidaridad y la educación deben ser contagiosas, generadoras de conversaciones que incomoden. Porque la incomodidad no es enemiga: es una herramienta. Cuando nos incomodamos, crecemos, y crecer requiere valentía para escuchar lo que no nos gusta, para cuestionar lo que creemos y para aceptar que no saber algo no nos hace menos, sino más libres para aprender.
La educación política es autoprotección. La política no es solo votar; está en lo que nos afecta, nos duele, y también en lo que nos llena de esperanza. Si dejamos de tenerle miedo, dejamos de encerrarnos. Y si nos atrevemos a participar, nos daremos cuenta de que lo político también puede ser nuestro. Ojalá estos espacios se conviertan en conversaciones sinceras con nuestros círculos de confianza.
Jóvenes, juguemos al análisis político estudiando propuestas junto al café de los domingos, porque cuestionarte no te quita firmeza: te la da. Una posición que sobrevivió a la duda es más sólida que una que nunca se cuestionó. La esperanza se construye informándonos, escuchándonos y atreviéndonos a imaginar un país mejor para todas y todos, pero juntas y juntos.