En el salón destinado a las sesiones plenas de la Asamblea Legislativa, hay un área central idónea para instalar un cuadrilátero de boxeo. Los sistemas de video del Congreso podrían transmitir las peleas en vivo y a los diputados no les sería difícil conseguir buen arbitraje. Para eso, está el Ministerio a cargo del deporte.
Los guantazos no solo servirían para dirimir enfrentamientos entre legisladores, sino también para aportar un ejemplo a la formación de los jóvenes cuando la ministra de Educación acoja la sugerencia del diputado liberacionista Gilberth Jiménez Siles de instalar un ring en cada colegio.
Los problemas se resuelven a trompadas, y si vamos a educar a la juventud bajo ese precepto, los legisladores tienen la obligación de contribuir. Muchos muestran talento para el baile y la finta, los del gobierno pasan los días contra las cuerdas y en la oposición no falta quien espera la oportunidad de lanzar un gancho. Están a un paso de constituirse en ejemplo inmejorable del nuevo método de resolución de conflictos.
La ministra Anna Katharina Müller no ha respondido a la sugerencia. Probablemente, esté concentrada en la redacción del reglamento porque hará falta alguna adaptación o, cuando menos, regular el número de asaltos, la cantidad de caídas antes de declarar un ganador y los conteos de protección.
Los jóvenes aprenderán en el cuadrilátero lecciones para toda la vida. La razón pertenece al más grande y fuerte. Si no, al más ágil o ducho en el boxeo. Es una lección aprendida en el siglo XIV por los españoles que la sintetizaron en verso: “Vinieron los sarracenos y nos molieron a palos, que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos”.
A los malos les ayuda, también, cuando la resolución de conflictos se confía a las trompadas, salvo un especial talento pugilístico de los buenos. Lo importante, en todo caso, es dejar clara la intrascendencia de la razón y el intelecto. La propuesta podría resultar atractiva a una parte del Congreso.
En los centros educativos, dice el legislador, los cuadriláteros ofrecerían a la juventud una oportunidad para descargar iras y frustraciones en un ambiente seguro, sin recurrir a las armas ni causar daños mayores. La idea nace en el Congreso, y no hay razón para desaprovecharla en su lugar de origen. El interés del orden del día aumentaría exponencialmente con la inclusión de los encuentros y los colegas de la barra de prensa nunca tendrían problemas para encontrar sustituto en sus días libres.
Armando González es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.