
El chavismo costarricense (ChC) no es un movimiento político-ideológico, pues carece de pensamiento propio y sus exponentes no han escrito ni un solo manifiesto político, libro, o siquiera artículo del cual se puedan alimentar las mentes de sus seguidores.
Por lo anterior, al ChC no se le puede catalogar con las etiquetas políticas modernas inventadas por la Revolución Francesa: no es de derecha, no es de izquierda, no es de centro. De hecho, la austeridad fiscal de esta administración no es suya, sino la del gobierno de Carlos Alvarado (2018-2022), y tampoco tiene el nombre del chavismo la reforma al empleo público.
La marca del chavismo hay que buscarla en cinco características: 1) su violenta verborrea pública; 2) su desprecio por sus opositores políticos; 3) su capacidad para esquivar responsabilidades; 4) su cuestionamiento de la institucionalidad democrática; 5) su culto a la personalidad de Rodrigo Chaves (mesianismo).
Lo más notable del ChC, en el sentido de atraer la atención, es el lenguaje confrontativo de Chaves, algo destacado por investigadores de la Universidad Nacional (UNA) y del programa del Estado de la Nación desde el inicio de su mandato.
Esa característica es muy significativa, particularmente porque la sociedad costarricense no es usualmente confrontativa, sino, al contrario, escapa al disenso y busca la conciliación. Pero el chavismo les ofrece a sus seguidores revanchismo en contra de quienes supuestamente les han robado el país.
Eso le da ventaja al ChC en dos sentidos: por un lado, lo coloca como acusador y, por el otro, se presenta como “sincero”, sin “medias tintas” frente a sus opositores, los cuales han resultado ser todos los partidos políticos, las universidades públicas, medios de comunicación independientes y cualquiera a quien se le pueda colgar el letrero de “parte del sistema”.
Mesianismo autoritario
El chavismo rinde culto a Chaves, a quien sus seguidores conceptúan como el primero de ellos: piensa como ellos, habla como ellos y, supuestamente, golpea con fuerza a sus opositores, a su vez conceptuados como enemigos del “pueblo”.
En vista de que el chavismo divide la historia de la nación en un antes y un después de mayo del 2022, es experto en capearse las piedras y asignar responsabilidades de todo lo que pasa en el país a sus antecesores y a sus adversarios, mientras expone cualquier dato bueno como suyo.
Por ejemplo, no hace muchos días, durante una comparecencia ante la Comisión de Asuntos Hacendarios del Congreso, el ministro de Seguridad Pública señaló que “el país sufre un cáncer que no se generó de la noche a la mañana”, pero que el actual gobierno ha “logrado por primera vez en cinco años reducir los homicidios”.
Parece mentira que un gobierno que lleva tres años y medio en el poder pueda seguir jugando al escapismo, pero constantemente Chaves y los suyos se cubren la espalda culpando a otros de lo malo ocurrido en Costa Rica (parodiando al escritor Carlos Cortés) desde el Big Bang hasta hoy.
Para el ChC, toda institución concebida por la democracia para recordarle al presidente de la República los límites de su poder, o cuestionarlo, es parte de esos enemigos históricos. En eso sí han sido exitosos frente a sus seguidores, pues les repiten lo que quieren escuchar: que existe una clase política corrupta, beneficiaria de grandes fondos de dinero robados al Estado, con tentáculos en todas las instituciones, en medios de prensa y en universidades públicas.
El ChC, como otros movimientos de su ralea, se alimenta también de la imagen mesiánica, al asegurar que el presidente Chaves “es el mejor de la historia de Costa Rica”, hasta incluso decir que votarán por él en febrero de 2026, aunque les será imposible encontrar su nombre en la papeleta presidencial.
Por sus frutos los conoceréis
El chavismo no ofrece soluciones, ni política pública, ni siquiera un plan para salvar el Seguro Social, aumentar los salarios, disminuir la pobreza, aumentar la calidad de la educación pública. Solo ofrece identidad, para una población que hace tiempo no ve de dónde asirse.
La historia de la desidia de los votantes costarricenses que se arrastra hasta finales de la década de 1990, como argumentamos en otro artículo, es la fuente de donde se alimenta constantemente el chavismo en sus señalamientos. Y eso mismo le ha permitido al presidente Chaves llegar a la ruta final de su administración con un apoyo de poco más del 50% de la población.
Existe un gran número de contradicciones en el chavismo, como ocurre constantemente en movimientos de ese tipo, pero la más notoria es esa falta de contundencia en mostrar sus obras, más allá de sus decires. Literalmente, el chavismo vive de lo que sale de la lengua de su gestor.
El ChC no ofrece soluciones a los problemas cotidianos de la gente, pero al presentarse continuamente como aniquilador de la antigua “casta política”, hace a sus seguidores sentirse poderosos.
El chavismo también practica una especie de redención: si se ha sido político, alcalde, síndico, diputado o ministro de algún gobierno del pasado vinculado a los “chicos malos”, sus pecados le quedan perdonados al abrazar al ChC.
A su vez, los chavistas están encerrados en una burbuja de información seleccionada y manipulada, la cual no atiende verdades ni se interesa por ellas. La lógica del chavismo es muy simple: si Chaves lo dice es cierto y punto.
Por todo lo anterior, el ChC ha comprometido la salud de la democracia costarricense y, por eso, las elecciones de 2026 ofrecen un punto de inflexión histórica para Costa Rica.
Al visualizar las candidaturas de la oposición al chavismo, no deja de llamar la atención la persistencia en varios problemas, como presentarse fragmentada o insistir en dar argumentos a sus críticos para acuerpar la acusación de “argolla” política deseosa por volver al poder.
Como no se puede hacer nada al respecto, pues los egos triunfan sobre el interés común, creo que, al menos, esos opositores deberían ser consistentes en una idea electoral: que los votantes elegirán entre dos modelos políticos; por un lado, una forma autoritaria y contradictoria la cual lleva al antagonismo y, por el otro, una democrática basada en el diálogo con fundamentos históricos, pero necesitada de una actualización.
Es de esperar que la historia democrática se imponga a los cantos de sirena del autoritarismo. Sin embargo, para que eso suceda, el diálogo debe superar la inercia política y la confrontación con saña que han marcado el periodo 2006-2025.
david.diaz@ucr.ac.cr
David Díaz Arias es profesor catedrático de la Escuela de Historia de la Universidad de Costa Rica (UCR).