El fin de la emergencia decretada por la pandemia implica la expiración de la política sanitaria utilizada por Estados Unidos para deportar con rapidez a los migrantes ilegales. Ahora, quienes logren franquear la frontera podrán pedir asilo, aunque el gobierno trabaja con celeridad para endurecer los requisitos y muchos serán devueltos, de todas formas, a México o a su país de origen.
La expiración de la medida sanitaria, aplicada 2,7 millones de veces desde el inicio de la pandemia y las falsas expectativas creadas por la desinformación en redes sociales impulsan a cientos de miles de personas hacia el norte, pero la verdadera causa del flujo migratorio es la crisis económica, política y de seguridad en toda América Latina.
Los venezolanos aportan el mayor número de migrantes. Una cuarta parte de la población abandonó el país desde el 2015. No todos se dirigieron al norte. Algunos cruzaron la frontera con países vecinos sumidos en sus propias congojas, aunque ninguna tan grave como la de Venezuela.
Perú no está como para recibir migrantes ni impedir a sus ciudadanos emigrar después del fallido golpe de Estado del expresidente Pedro Castillo y la crisis política extendida. Otro tanto puede decirse de Ecuador, donde la violencia desatada por grupos criminales hace estragos. En Colombia, una de las mayores economías de la región, el desempleo alcanza niveles históricos.
Centroamérica ofrece un panorama igualmente grave, con el triángulo norte disputándose la primacía del sufrimiento con Nicaragua, cada vez más autoritaria y empobrecida. Honduras y Guatemala destacan como lo vienen haciendo desde hace décadas. En casi todos esos países, además de lo necesario para vivir con dignidad, escasea la esperanza.
El triste panorama de la frontera estadounidense y la crisis migratoria retratan las condiciones de miseria y violencia imperantes en el sur. Mientras subsistan, no habrá forma de frenar el flujo de personas en busca de progreso para sí y sus familiares. Eso debería convencer a los Estados Unidos de adoptar políticas más amigables con el desarrollo de sus vecinos, de donde ha extraído mucha riqueza, pero América Latina también debe cambiar.
La corrupción, el desperdicio, la demagogia, el amiguismo, el autoritarismo y tantos otros vicios afincados en la región también son causa de la tragedia humanitaria y no podemos pretender lavarnos las manos. Los migrantes no son un problema solo de Estados Unidos.
Armando González es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.
El triste panorama de la frontera estadounidense y la crisis migratoria retratan las condiciones de miseria y violencia imperantes en el sur. (HERIKA MARTINEZ/AFP)
Laboró en la revista Rumbo, La Nación y Al Día, del cual fue director cinco años. Regresó a La Nación en el 2002 para ocupar la jefatura de redacción. En el 2014 asumió la Edición General de GN Medios y la Dirección de La Nación. Abogado de la Universidad de Costa Rica y Máster en Periodismo por la Universidad de Columbia, en Nueva York.
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