Cuando un gobernante manifiesta una tendencia patológica a mentir, retrata en cuerpo entero su pobreza moral. Además, perfila su administración y siembra dudas sobre su equipo, ya que resulta improbable que esta manía no se contagie con el objetivo de mantener poder y ganar aceptación pública. En esa cofradía, el principio es que el fin justifica los medios.
Donald Trump es el campeón de las mentiras. Cuando fue presidente de Estados Unidos, los periodistas de The Washington Post asignados a verificación de datos le descubrieron 34.573 falsedades, un promedio de 21 al día entre el 2016 y el 2021. Su mitomanía lo llevó a intentar revertir los resultados de las elecciones que perdió en el 2020 contra Joe Biden y a incitar el asalto del Capitolio el 6 de enero del 2021. De eso fue capaz un mentiroso con tal de mantenerse en el poder.
La explicación de por qué hay presidentes mentirosos se sustenta en el miedo al rechazo o a la crítica, en su exacerbada necesidad de aprobación popular y a ser admirado, y sobre todo para excusar o encubrir sus errores o incapacidades.
Trump, por ejemplo, estando en campaña el 1.° de octubre, en medio de la devastación causada por el huracán Helene, visitó Valdosta, Georgia, donde dijo a sus seguidores que Biden estaba “durmiendo” mientras ellos sufrían y ni contestaba llamadas del gobernador. Falso. El gobernador republicano lo desmintió. Trump también mintió al decir a los damnificados que el gobierno demócrata estaba “haciendo todo lo posible para no ayudar a las personas”. Era falso.
De ahí que la mentira del presidente Rodrigo Chaves a los damnificados por inundaciones en la zona sur, la semana pasada, no puede pasar inadvertida. Es vergonzoso que, tras llegar tarde a la emergencia, nombrara a Dios mientras les decía hechos falsos: “¿Usted sabe que hay diputados de la República de Costa Rica hoy diciendo ‘no le dé a la gente de Coto estas cosas’?”. Falso.
Y fue a más: “Esto es lo que mandaron de El Salvador y aquí nos están criticando mucho porque quieren que botemos esta comida”. Solo un fantasioso inventaría botar alimentos mientras hay personas desesperadas por una tragedia. La farsa retrata los valores. Una sucursal de la escuela de Trump.
Ingresó a La Nación en 1986. En 1990 pasó a coordinar la sección Nacionales y en 1995 asumió una jefatura de información; desde 2010 es jefe de Redacción. Estudió en la UCR; en la U Latina obtuvo el bachillerato y en la Universidad de Barcelona, España, una maestría en Periodismo.
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