En el 2013, como parte de una delegación de la Universidad Nacional, viajé a China a establecer relaciones y firmar convenios con universidades. En esa tarea, viajamos más de 1.000 kilómetros en diversos medios de transporte y visitamos unos 10 centros de educación superior.
Fue una sensación muy impactante el dinamismo de la construcción de obras públicas de transporte e inversiones privadas. El progreso se respiraba en un país que reducía aceleradamente la pobreza e invertía en políticas a largo plazo en educación.
Un dato significativo me lo topé posteriormente en una publicación: Estados Unidos formaba 70.000 ingenieros y China 700.000. Es información de hace ocho años, pero de alguna forma explica cómo las políticas e inversiones públicas en educación contribuyeron a que se haya reducido al mínimo la pobreza en ese país y que sus avances en el campo tecnológico sean cada día más destacados en el ámbito mundial.
La educación y la formación de la población es vista en gran parte de Asia como un puntal clave para el desarrollo.
América es un continente que fue poblado por aborígenes y gente de todo el planeta. Desde la conquista, aunque tomó diferentes formas en el continente, la colonización tuvo lugar sobre la base de la servidumbre, la esclavitud e incluso con el exterminio de la población originaria.
Racismo
El racismo abierto o subyacente sobrevivió, en la práctica institucional y social, a la independencia, a pesar de las declaraciones constitucionales de igualdad ciudadana.
Ese racismo se sustenta en el desigual acceso a los medios de producción, acaparados en gran medida por los colonizadores y a las oportunidades educativas y de formación profesional dependientes de los ingresos. De tal manera que, en la realidad, la pobreza y el rezago de los excluidos opera, dentro de la lógica neoliberal de ganadores y perdedores, como una profecía que se autocumple.
Si bien en el pasado la mano de obra física era esencial, las desigualdades en oportunidades podían obviarse mientras se mantuvieran las ganancias de plantaciones y fábricas.
Hoy el desarrollo científico y técnico exige mano de obra educada y capacitada en el desempeño moderno, y las poblaciones rezagadas en educación no suman, por el contrario, pesan como fardos retrasando el bienestar y erosionando peligrosamente el tejido social y la estabilidad política.
Cambiar las relaciones sociales de discriminación abierta o encubierta en la práctica institucional no es tarea sencilla ni a corto plazo, especialmente, en los regímenes políticos clientelistas latinoamericanos.
El sincretismo cultural, sobre todo, en el ámbito de la música y el arte, aunque importante, es a todas luces insuficiente para integrar saberes y gestar una nueva simbiosis enriquecedora.
Esto no se logra con políticas asistenciales que parten del supuesto de que los excluidos son perdedores, sino de políticas que reconocen su potencial y abren oportunidades estimulando la educación y organización cívica y empresarial autónoma.
Reivindicación política
La solución depende de la organización y la reivindicación política de los discriminados, pero también de los políticos que ofrecen transformaciones sostenibles y empresarios que demandan capital humano y social.
En este sentido, me llama la atención la exitosa gestión emprendida por los indígenas en Bolivia, calificada de esta manera por el Banco Mundial, y las políticas de formación de una nueva clase media en Brasil, México y Uruguay, así como en los dos primeros casos de creación de universidades para promover la movilidad social y la formación de nuevo capital humano.
Sin embargo, el camino por recorrer está plagado de prejuicios y resistencias de las viejas élites entrampadas en la práctica de la prepotencia. Mientras tanto, Asia despliega sus alas y vuela, apostando por su población cada vez más firmemente.
El autor es sociólogo.
