
La violencia verbal es una forma insidiosa de agresión que a menudo pasa inadvertida o intenta disimularse con trucos del lenguaje, pero que deja profundas huellas en quienes la sufren. Esta modalidad de agresividad, aunque no deja señales físicas, puede ser igual de destructiva que los golpes, pues afecta la salud emocional y psicológica de las víctimas.
Una de las fuentes más frecuentes de violencia verbal es el ego inflado y el narcisismo, dos características profundamente conectadas que fomentan la desvalorización de los demás. El lenguaje, en este contexto, se convierte en una herramienta de control y dominación.
Imaginemos al narcisista como un pavorreal desplegando sus plumas con el único propósito de llamar la atención, atraer la mirada de todos y ser admirado. Cada pluma representa una cualidad exagerada de sí mismo: la belleza (imaginaria o real), el poder, la inteligencia, la locuacidad, el humor y el éxito.
Se debe tener presente que la persona narcisista (con trastorno de personalidad narcisista diagnosticado o no), suele proyectar sus inseguridades sobre los demás, utilizando la violencia verbal como un mecanismo de defensa para proteger su imagen pública.
Cuanto más valida la sociedad o su entorno esa conducta, más se alimenta su ego y es más probable que reincida (en este momento de la lectura, ha venido a su mente al menos una persona que encaja en este perfil).
Cuando este pavorreal expresa sus pensamientos, no lo hace para compartir, sino para dominar el espacio que lo rodea. Cada palabra que emite está cargada de la misma arrogancia con la que se pavonea; el mensaje real es que él o ella mandan. Los oyentes son solo una audiencia pasiva que debe aplaudir su magnificencia. Las críticas, las descalificaciones y las humillaciones se convierten en sus herramientas para reducir a los demás. Son hipersensibles a los comentarios, aunque estos no se refieran a ellos. Estos demiurgos creen que Zeus lanza todos los rayos del cielo en su contra.
El problema es que su existencia depende de la mirada ajena. Padecen de una abstinencia perpetua de validación externa. Cuando alguien cuestiona o reduce su brillo, la respuesta es una furia verbal destinada a dejar claro quién ostenta el verdadero poder.
La explosión de palabras que sale de la boca del ave (metafóricamente hablando) no tiene necesariamente consistencia lógica; se trata de matonismo e intimidación. Entonces, se debe comprender, que, en este contexto, la verborrea se convierte en un mecanismo para mantener su estatus, no en un ejercicio de la inteligencia sino de distorsión de la realidad.
El narcisista se enfrenta a la fragilidad de su autoestima. La violencia verbal, por lo tanto, es una defensa contra el temor de ser ignorado, eclipsado o, peor aún, de ser invisible. La equivalencia es sencilla: cuanto más brillante es su plumaje, más frágil es la realidad que intenta construir.
Si, por los caminos de la vida, de manera impredecible, en un lugar insólito, usted se encuentra con un pavorreal narcisista, tenga presente que lo primero que buscan estos seres es una reacción suya para iniciar su teatro y así tener público. Entonces, frente a un pleito ridículo y gratuito, ignórelo y si es creyente (como yo), rece por esa persona tan necesitada de afecto y ayuda profesional.
Si usted está en una relación afectiva con alguien de esta calaña, o peor, si el narcisista ocupa una posición de poder, recuerde a Heráclito cuando dijo: “Todo fluye, nada permanece”, esta es la traducción más exacta, porque decir que nadie se baña en el mismo río dos veces está abierto a la interpretación.
