Refiere Pierre Grimal en la biografía que dedica a Cicerón que el filósofo griego Epicuro “desaconsejaba a sus discípulos que participaran en la vida política, que es lo contrario a la serenidad del alma”.
Entre los amigos de juventud de Cicerón hubo alguno apegado a las enseñanzas del maestro, que tomó la resolución de no ocuparse de asuntos públicos. Cicerón no hizo caso: cuando se acercaba a la treintena, es decir, casi al medio del camino de su vida, se describía a sí mismo como un jovencito en edad temprana que todavía iba a tientas y pasaba por años de aprendizaje. Pero a partir de entonces estuvo preparado para introducirse en las tormentosas vicisitudes de la política romana: las convirtió en lo medular de su actividad en los años siguientes, las sufrió entre triunfos y derrotas, mutando él mismo en un protagonista apasionado hasta que acabó asesinado mientras huía de sus adversarios, como tantos otros en su tiempo… y en el nuestro.
Si tuviera la temeridad de aconsejar a quienes propongan sus candidaturas en las elecciones que se avecinan, o a los que dediquen su tiempo a trabajar en las campañas para apoyarlos, no llegaría al extremo de recomendarles lo que sugería Epicuro. Siempre estoy dispuesto a recordar que se tienen deberes con la familia, la comunidad y la humanidad, y me parece evidente que la participación política puede ser, entre otras cosas, un medio de cumplirlos.
En cambio, si no fuera demasiado tarde, se me ocurre que no estaría mal sugerir a los que se expongan a comprometer “la serenidad del alma” asumiendo roles protagónicos, que repasen, si antes no lo han hecho, las páginas escritas por Pierre Grimal, el historiador francés que cité al principio, a fin de informarse sobre el fenómeno de la construcción del político y lo contrasten con los datos de su propia formación. Algo bueno para todos podría salir si lo hicieran.
No se pretende con eso modelar el político ilustrado; más bien, el político consciente. Cuando Cicerón llegó a Roma, apenas tomada la toga viril, púsose bajo la tutela de un sabio jurisconsulto de ochenta años. Cicerón y su hermano se situaban a su lado, “con orden de alejarse lo menos posible y de no perderse ninguna de sus sentencias”, no para formarse como hombres elocuentes, sino como ciudadanos prudentes.
Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la Presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPI Legal.