Visto fríamente, el problema fundamental es otro: ¿por qué esos ataques? ¿Por qué ahora? ¿Por qué el activismo electoral de un presidente que no puede reelegirse? El “por qué” es, quizá, la pieza más fácil de descifrar. Lo que está pasando en Tiquicia no es distinto de lo que ocurre en otros países. Políticos electos democráticamente se revuelven en contra de la democracia que los eligió. Procuran agrandar a codazo limpio los poderes del Ejecutivo y recurren a la polarización y al basureo como tácticas para lograrlo. Sobre esto hay un libro recién salido del horno, de una destacada politóloga que recomiendo leer. Lo explica muy bien (Susan Stokes, The Backsliders).
La razón por la que el ataque se inicia ahora y no, digamos, dentro de un par de meses es obviamente táctica. En parte, responde a la necesidad de dotar de una causa célebre a un movimiento político que, además del apoyo personalista a un presidente que no puede ser candidato, tiene poca tracción para atraer al electorado no matriculado. Y, sin ese apoyo, no hay gane posible en primera o en segunda ronda. Y, en parte, responde a la relativa debilidad de la candidata oficialista, que tiene una brecha de apoyo importante en relación con las personas que ven con buenos ojos al gobierno. Por eso, el presidente debe ocupar un amplio espacio electoral.
Fuera de un pequeño círculo, jugar con este fuego no conviene a nadie. Y el término “nadie” incluye aquí a la candidata oficialista. Si gana así, presidiría sobre una sociedad en combustión. Pasaría a la historia como la perpetradora de un gravísimo error. Persona joven que es, vivirá largas décadas para, ahí sí, sentir la repulsa ciudadana. Nada de esto es necesario: hay otras maneras.
vargascullell@icloud.com
Jorge Vargas Cullell es sociólogo.