WASHINGTON D. C.– La Organización Mundial del Comercio (OMC) aparece estos días en las noticias mayormente por motivos erróneos.
Muchos la ven como un policía ineficaz que intenta hacer cumplir un reglamento anticuado, inadecuado para los desafíos de la economía mundial en el siglo XXI, y los miembros de la OMC suelen aceptar que la organización necesita con urgencia una reforma para mantener su relevancia.
Los últimos meses trajeron desafíos aún mayores, el órgano de apelación de la OMC —que arbitra las disputas comerciales entre los Estados miembros— dejó de funcionar de hecho en diciembre pasado por desacuerdos sobre el nombramiento de nuevos jueces para su panel.
En mayo de 2020, el director general Roberto Azevêdo anunció que renunciará a finales de agosto, un año antes de que venza su mandato.
Quien suceda a Azevêdo enfrentará un gran desafío. Desde su fundación, en 1995, la OMC no logró completar ni una sola ronda de negociación para el comercio mundial, perdiendo así la oportunidad de conseguir beneficios mutuos para sus miembros.
La Ronda de Doha para el Desarrollo, que comenzó en noviembre del 2001, debía concluir en enero del 2005.
Quince años más tarde, los miembros de la OMC aún debaten si el proceso de Doha debe continuar. Hay quienes creen que fue superado por los acontecimientos y quienes quieren intentar nuevas negociaciones.
Los logros notables de la OMC hasta el momento tampoco fueron muchos, más allá del Acuerdo sobre Facilitación del Comercio —que entró en vigor en enero del 2017— y la decisión en el 2015 de eliminar todos los subsidios a las exportaciones agrícolas.
Mientras tanto, algunos miembros han trabajado juntos en un conjunto de acuerdos comerciales regionales mucho más amplio, que cubre cuestiones apremiantes, como la economía digital, las inversiones, la competencia, el medioambiente y el cambio climático.
La Ronda de Doha para el Desarrollo, que pretendía modernizar las normas de la OMC, se ocupa de muy pocos de estos asuntos e incluso algunas de las normas existentes de la organización son fáciles de sortear, lo cual dificulta el equilibrio de derechos y obligaciones entre los miembros.
Durante la actual crisis de la covid-19, por ejemplo, algunos países impusieron cuestionables controles a las exportaciones de insumos médicos y productos alimenticios para mitigar la escasez.
De todas formas, a pesar de estos desafíos, la OMC no ha “fracasado”, sino que ha avanzado sobre los éxitos de su predecesor, el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés), que entró en vigor en 1948.
El sistema de comercio multilateral basado en normas que comenzó con el GATT contribuyó inmensamente al crecimiento económico mundial durante las últimas siete décadas, gracias a que redujo los aranceles promedio y eliminó ininterrumpidamente las barreras no arancelarias.
La consecuencia fue la mejora del nivel de vida en la mayoría de los países. Además, el comercio mundial basado en normas ayudó a apuntalar la paz y la seguridad porque es más probable que los socios comerciales solucionen sus diferencias mediante negociaciones que a través de conflictos armados.
Sin embargo, actualmente, los miembros de la OMC aceptan que es necesario remozar la organización para el siglo XXI.
Los países desarrollados piensan que llevaron la carga de la liberalización del comercio durante demasiado tiempo y que los países en vías de desarrollo deben afrontar más obligaciones si pueden hacerlo.
Los países menos desarrollados y con ingresos más bajos, mientras tanto, afirman que las normas de la OMC limitan sus esfuerzos para crecer y modernizar sus economías.
Durante las últimas dos décadas, el comercio internacional se convirtió en un cuco para los críticos, que lo culpan por las tribulaciones económicas que enfrentan algunos países, pero el comercio no es un juego de suma cero: los derechos y obligaciones pueden equilibrarse, como lo demuestra la evolución de las normas comerciales mundiales y regionales desde 1948.
La pregunta que enfrentan la OMC y sus miembros ahora, por tanto, es cómo avanzar y lograr acuerdos mutuamente beneficiosos.
Todos los miembros debieran participar en esta tarea porque esa es la única forma en que la organización puede recuperar su credibilidad y llevar adelante su función normativa.
Las nuevas negociaciones deben entonces considerar los diversos niveles de desarrollo económico de sus miembros y procurar —como siempre— alcanzar acuerdos justos y equitativos.
Otras de las prioridades fundamentales para la OMC son una mayor transparencia —con notificaciones oportunas de las medidas comerciales de los países— y un sistema eficaz para la resolución de disputas que cuente con la confianza de todos sus miembros.
Una OMC moribunda no le sirve a ningún país. Un sistema de comercio internacional eficaz y basado en reglas es un bien público, no recuperarlo implica debilitar los intentos de los gobiernos para sacar a la economía mundial de la recesión causada por la pandemia de la covid-19.
La OMC tiene un papel irreemplazable que desempeñar en la transformación de las perspectivas económicas de los países y las vidas de la gente en todo el mundo.
Aunque la crisis actual puso muy de relieve la deteriorada salud de la organización, es posible evitar que esto empeore.
En una economía mundial ya amenazada por la covid-19, debemos aplicar el antídoto —la voluntad política, determinación y flexibilidad de sus miembros— necesario para revivirla.
Ngozi Okonjo-Iweala: ex directora gerenta del Banco Mundial y exministra de Finanzas de Nigeria, es presidenta de la junta de Gavi, la Alianza Mundial para Vacunas e Inmunización, y enviada especial para la covid-19 de la Unión Africana. Es miembro distinguido de la Brookings Institution y líder pública mundial en la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universidad de Harvard.
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