Del ámbito de lo doméstico no hay lugar más ejemplo de confluencia de las culturas materiales, entre especias, disposición de las herramientas y procedimientos, que la cocina.
Sus fogones y utensilios son el resultado de muchos otros fogones primordiales preservados por las culturas a lo largo de 1,9 millones de años, época cuando el Homo erectus andaba jugando con ramitas y piedras, y su dentadura más pequeña refleja el cambio causado por el consumo de alimentos cocidos.
La cocina también modifica, además de la dentadura, la posición del cuerpo al cocer los productos en el suelo o al hacerlo a la altura de la cintura.
Cocinar también es conservar. La investigación hecha por los primeros cocineros nos ayudó a almacenar alimentos, a secarlos, a fermentarlos y a salarlos.
Esto nos permitió dejar de ir de caza por un buen rato para sentarnos a pensar en el futuro y diseñar formas para preservar aún mejor los alimentos, cómo esterilizarlos y pasteurizarlos, y, por tanto, más disponibilidad de comestibles todo el año para un cerebro que consumía ya más proteínas y azúcares debido a su aumento de tamaño y, por consiguiente, con más posibilidades de desempeñar funciones complejas. Desde construcciones hasta relaciones sociales.
Comer es vivir. Del fuego en antiguas cavernas a las plantillas vitrificadas pretende transformar lo crudo en cocido, y la materia en bocado y alimento para el cuerpo y la psique.
Las cocinas, como lugares de subsistencia, producción, preparación y transformación, tienen la magia de los elementos simples, tanto como de los complejos, y sus herramientas son un buen ejemplo de análisis antropológico y cultural.
Cocinas con utensilios de marca, colecciones de cuchillos de carbono, ollas de acero y cobre, recipientes de porcelana y vidrio temperado, máquinas trituradoras, extractoras, licuadoras, batidoras, exprimidoras, tostadoras, etcétera, dan cuenta del poder adquisitivo de sus dueños, aunque no necesariamente de sus dietas, porque muchas veces las maquinas, como suele suceder cuando se tienen ciertos autos de lujo o zapatos de marca, prácticamente solo se muestran y no se usan.
Cocinas con chorreadores de café, platos de plástico, ollas de aluminio y fuego de leña o plantillas de gas dan cuenta del poder adquisitivo de un sector que subsiste y no colecciona.
No colecciona alimentos en una despensa porque solo puede comprarse lo diario, y no colecciona ni ollas ni platos porque lo importante es comer.
Cocinas minimalistas donde a primera vista se observan los muebles y todo está guardado, como resultado de un decorador profesional, dan cuenta de las tendencias a mostrar la belleza como una imagen que paraliza la verdadera experiencia vital.
Cocinas con grandes congeladores y neveras, como resultado de las ideologías de un esperado fin del mundo, donde habitan quienes cocinan con miedo a no tener y a no ser sin tener.
Por el contrario, cocinas desordenadas y abundancia de sobros en las refrigeradoras dan testimonio de espíritus ahorrativos o poco concentrados en la nutrición, por ser presencia activa en otras áreas de lo doméstico.
Nuevas lecturas. También podemos, además de esta de la cultura material de nuestras cocinas, hacer otras lecturas: recetas guardadas en la memoria y en la práctica.
Son pequeños tesoros, tales como viejos limpiones de una abuela, jarras con insignias, imanes turísticos, moldes que se prestan para diferentes ocasiones, remedios que se toman de pie viendo por la ventana, como quien se cura con el mismo resplandor del fuego antiguo, el que da abrigo y también el que es recuerdo del útero que nos contuvo algún día tibios y seguros. Fragua de fraguas, génesis y origen.
Generalmente, en las cocinas hay azúcar, café, aceite, sal. Todo un sistema digestivo expresado entre utensilios, rituales y bolsillos que nos dan identidad cada vez que maniobramos su espacio, sin saber que el azúcar que tenemos trae consigo el viaje de la esclavitud; el café, el de la colonia; el aceite, el de los monocultivos y sus consecuencias; la sal, su viaje inicial de ser ofrenda ceremonial a ser luego pago por trabajos efectuados en la época romana. Es de allí de donde proviene la palabra salario precisamente.
La vieja identidad del fuego que todo lo transmuta, como dice la alquimia para convertir los metales en oro, es una buena analogía de este gran sistema de la vida biológica y material procesada en las cocinas.
Da cuenta de que somos también la historia de las cosas que nos rodean y estas, a su vez, la historia de los seres que las utilizan, las valoran y las crean.
La autora es filósofa y escritora.