Un día de estos, me encontraba recorriendo los pasillos del supermercado cuando un rocoso estornudo opacó la música instrumental que sonaba por los parlantes y me transportó a los años de la pandemia.
La descarga fue explosiva y sin contención. Me imaginaba millones de gotitas de saliva surcando las góndolas y adhiriéndose a los empaques de los productos, los carteles con precios y los carritos de compras.
Me imaginaba la jauría de microbios que había quedado suspendida en el aire a la espera de poder colarse por las fosas nasales, los lagrimales y la boca de algún desprevenido cliente que pasara por ahí.
Recordé, entonces, las insistentes campañas que hicieron las autoridades y los medios de comunicación para promover los protocolos de tosido y de lavado de manos como herramientas para prevenir la covid-19.
Recordé la obligatoriedad de colocar lavatorios a la entrada de los centros de salud y los negocios, y de poner dispensadores de alcohol para que los usuarios pudieran desinfectarse antes de entrar a algún lado.
Lamentablemente, muchas de estas buenas prácticas desaparecieron muy rápido. Menos de tres años han pasado desde que el gobierno decretó el cese de la emergencia, pero ya olvidamos mucho de lo aprendido.
Resulta evidente que los costarricenses hemos bajado la guardia. Ya casi no hay lavabos en ningún lado, y los estornudos rociadores son pan de cada día en la oficina, el bus, la pulpería, la soda, el banco y la casa.
Esta irresponsable conducta es, sin duda, uno de los factores que ha propiciado el repunte de los casos de diarrea y de las enfermedades respiratorias que hoy mantienen en jaque a los centros de salud.
De hecho, Costa Rica afronta este año un pico atípico de influenza que obligó a hospitales como el San Juan de Dios y el Calderón Guardia a exigir el uso de mascarillas en sus instalaciones.
Además, el Hospital Nacional de Niños (HNN) ya contabiliza once pequeños muertos por virus respiratorios en lo que va del año.
Me parece increíble que esto ocurra cuando ya conocemos, de memoria, las medidas que nos pueden ayudar a reducir los contagios. Sin embargo, tal parece que el descuido y la rebeldía están ganando la partida.
Esta actitud nos está pasando una alta factura. Por eso, lávese las manos, cúbrase al toser y vacúnese. Ah, y la próxima vez que escuche a alguien lanzar un espasmo descontrolado, dígale algo o, al menos, láncele una mirada matadora.

