“Nunca he votado y nunca votaré por nadie, porque todos los políticos son iguales y ninguno sirve para nada”, me dijeron, categóricos –como si fueran un coro– tres primos segundos.
Su frase resuena mucho. Es, por desgracia, ya un cliché.
“¿Usted cree que alguno, en el futuro, hará algo por el país?”, me encaró, con sincera curiosidad, uno de ellos.
No lo sé, confesé, contenta, pues, en política, a como están las cosas, no saber es cosa buena.
Saber que el futuro solo nos dará fracaso con cualquier presidente se llama cinismo, le expliqué, con una confianza que me permitió no ofender.
A ellos no les dije, pero a ustedes sí: si estuviera al tanto de ese destino sería adivina o cínica, según la respuesta. Lo primero, si mi premonición fuera optimista; lo segundo, si pesimista.
Mucha gente que no vota es cínica.
El cinismo –entendido como la desconfianza extrema en los valores sociales y morales– se nota muy rápido porque nadie se esfuerza por disimularlo.
Una no escucha por ahí a ningún descreído escondiéndose; todo lo contrario, suelen impostar la voz para declarar, desde un lugar de superioridad moral, su negativa irrevocable a votar.
Pero, contario a su ilusión de ser los insurrectos, los cínicos forman parte activa de lo político-electoral; son solo una pieza más, una parte común y corriente que se aferra a la fantasía de ser especiales.
De hecho, con el paso del tiempo, lastimosamente, ahora ni siquiera son una excepción, sino más bien el mainstream. Igual que aquella gente que se tatuó hace algunas pocas décadas, marcando su rareza, solo para toparse ahora con que los raros son los de piel sin escritura.
Los cínicos, incluso, pueden favorecer a los candidatos con más votantes activos, contribuyendo a que ganen; afectan la legitimidad del sistema democrático, pues podrían restar autoridad a un presidente electo con una cantidad débil de votos, y, finalmente, son, como el resto, sujetos de estudio para ayudarnos a entender el comportamiento electoral de la población.
En lo que sí son muy originales es en su responsabilidad como fuerza motora a favor de los autócratas, quienes se levantan gracias a los cínicos extremos.
La profesora y cofundadora de FactCheck.org (ONG que busca mermar el engaño y la confusión en los votantes estadounidenses), Kathleen Hall Jamieson, y el profesor emérito Joseph N. Cappella sugieren como una de las causas del cinismo ciertos enfoques periodísticos sobre lo político.
Señalan a los medios que desatienden lo sustantivo y privilegian lo que llaman “enfoque estratégico” –punto de vista metafóricamente bélico donde importa solo quién gana y quién pierde– y el “enfoque de juego” –énfasis en el papel del juego de la competición–.
De ahí la obligación de todos los medios de comunicación de hacer un ejercicio autocrítico que les permita centrar su cobertura en las ideas y los valores en torno a las necesidades de la ciudadanía, dejando los ataques al cuerpo para que la estudien la politología y otras ciencias.
Por su parte, la politóloga Pippa Norris, lo asocia con el debilitamiento de las instituciones, la corrupción y la desigualdad. ¿Quién defiende la institucionalidad democrática mientras su padre muere esperando una operación?, me pregunto. ¿Quién defiende la educación pública de la cual ha sido expulsada?
Yo misma, cuando pienso en las próximas elecciones presidenciales de Costa Rica, siento una desmotivación tan fuerte que me obliga a entender a esa gente que critico, la que se inhibe.
No obstante, jamás me abstendría de votar, porque lo considero un deber ético con la institucionalidad y, al mismo tiempo, un gesto de agradecimiento por vivir en una democracia.
Vista en el predicamento de que ninguna de las candidaturas esté a la altura de mi aspiración, me esforzaré, como lo hice en las elecciones pasadas, por encontrarle algo bueno a alguna. Algo, que me permita votar con cierta ilusión, aunque sea modesta.
Porque democracia es esta lucha por no perder la alegría de vivir en un país como el nuestro.
isabelgamboabarboza@gmail.com
Isabel Gamboa Barboza es catedrática en la Escuela de Sociología de la UCR y directora del Posgrado en Estudios de la Mujer de esa universidad.
