
Enterarme de que una persona a la que quiero profundamente ha decidido votar por el oficialismo me ha sacudido duramente y, finalmente, motivó estas reflexiones.
En esta, mi última columna del año, me despido de ustedes que me leen, haciéndoles llegar mis deseos de que tengan salud individual y comunitaria; gente leal y cariñosa a su alrededor, como contraste ante el clima de sospecha y hostilidad, y libertad para decir lo que quieran sin tener que pagar un costo emocional o social.
Cuento con que, al ejercer esta libertad, no busquen humillar, hacer sentir miedo ni callar a nadie, pese a que –es nuestra naturaleza– algunos puedan resultar ofendidos.
Deseo que encontremos la fuerza y la rectitud para seguir hablando sin recurrir al facilismo de ofender con palabras que denigran a quienes votarán por una opción que nos alarma profundamente.
Que sepamos interrogarnos sobre por qué elegirán así sin concluir que son personas estúpidas o malas.
Miremos con valentía y enfrentemos nuestro propio tribalismo, ese impulso que nos lleva a dividirnos entre nosotros y ellos.
Que logremos encontrar la manera de incluirnos y que deje de ser un ¿qué les pasa?, para volverse un ¿qué nos pasa? Única vía para el diálogo. Vía dificilísima, porque nos cuesta aceptar la complejidad: somos simplistas.
Aspiro a que seamos capaces de llevar al extremo nuestro discurso de apoyo a la independencia ciudadana, celebrando esta pluralidad, aunque nos asuste.
Y que no permitamos que las diferencias políticas se vuelvan enemistad.
También con que sepamos parar los ataques violentos y las noticias falsas; que bloqueemos y denunciemos las cuentas que fomentan el odio; escribamos lo que pensamos con respeto y atendamos lo que otra gente opina.
Después de todo, al parecer, tenemos en común que votaremos a partir de emociones, aunque no desde estas.
Quienes nominaran al oficialismo lo hacen desde sus sentimientos, carencias, esperanzas; igual que ustedes y yo. Somos votantes desde afectos distintos que deben ser respetados.
Y pese a las diferencias –como algunos respondiendo a un deseo de revancha, y eso no se justifica–, no podemos dejar de humanizar.
Discutamos de frente, con claridad, denunciando el daño que se le está intentando hacer a nuestra institucionalidad, pero sin irnos al cuerpo de nadie.
Tengamos presente que el país es más que un ciclo electoral. Que nos jugamos mucho, sí, pero no todo: no caigamos en el catastrofismo.
Ansío que sepamos mantener a raya nuestro lado brutal para no terminar odiando a quienes se abstengan, ni a los que se decidan por la continuidad.
Yo, al menos, no quiero terminar el año odiando a nadie.
isabelgamboabarboza@gmail.com
Isabel Gamboa Barboza es escritora, profesora catedrática de la UCR y docente tiktokera.
