
¿Así nos sentimos? Sí, como si fuéramos sobrevivientes de un naufragio en la noche perdida de los tiempos, sin divisar orilla o tabla a la cual aferrarnos para tomar aire. A la espera de algún bote rescatista o alguna costa donde llegar con el último empeño de nuestras fuerzas.
Naufragio de los sistemas que vemos carcomidos en sus bases; corruptos, frágiles, siempre demostrando su ineficacia en la justicia, siempre dando prueba de su oscuridad en los negocios ocultos, en las redes ilícitas, en lo maleable de las cuentas, que difícilmente son claras en muchas de las áreas de la vida ciudadana.
Naufragio de un tiempo sin buenas noticias, donde la vida personal también se comercializa viralmente en las redes, las que a su vez nos dicen qué sentir, qué comer, qué gustar y a quién odiar.
Odiar, la gran agenda de estos años donde las guerras se disparan y no queda más que defenderse y tomar partido en el gran rebaño de opiniones, sea blanco o sea negro.
Te sientes cansado, agotado de nadar sin dirección entre las aguas de una corriente inmensa. Te sientes ínfimo. Un punto en la oscuridad sin fondo, sin ningún poder de maniobra que no sea sobrevivir. Sin energía para sentir amor por nadie más allá de ti mismo, y mucho menos tener fuerzas para ver quién está cerca en tus mismas condiciones, ayudarlo o hacer entre algunos un pequeño grupo de transformación. Solo puedes nadar e insistir en encontrar una orilla, una tabla, un pedazo de material que te haga flotar sin esfuerzo.
Te dicen que todo es un plan de diseño social, de ingeniería del consentimiento, de método político para llenar las sociedades de basura, de mierda, de esa agua oscura donde nadas. Un plan para mantenernos confundidos, para no dar chance a que las generaciones piensen por sí mismas o, simplemente, se puedan unir y reproducir porque el mundo está colapsado con gente, con falsas verdades en constante construcción que aparecen y desaparecen según vayas dando brazadas y vayas sintiendo el agua cada vez más pesada, más densa.
Todos los días tienes la dosis de muertes, ajusticiamientos, robos, asaltos, violaciones, impericias, injusticias, errores de cálculos, errores de planificación, faltas de presupuesto, faltas de moral, faltas de programas, de resoluciones, junto con las dosis de lo que deberías ser, y para eso están los cuerpos diseñados con el dinero de los ricos, el dinero de las fiestas, el dinero de los viajes y los pasquines de los influencers que hurgan en la basura emocional de todos, para así lograr que el agua te suba al nivel de la barbilla y el ruido te mantenga con jaqueca.
Ese inmenso y escalofriante ruido que te paraliza de miedo, que no te deja ver ninguna orilla más que la pantalla.
Te sientes más solo que nunca y sin ningún valor de cambio. Odio, desconfianza y fragilidad hacen que te relaciones cada vez con menos gente que no piense igual.
Te dicen que haciéndote sentir así se impulsan las campañas, se presiona a la gente y se persuade para conducirla y manipularla, y tú en medio, pura masa sin saberlo.
Terminas exhausto, flotando en ese mar pegajoso, con los pulmones colapsados, tratando de ver en el cielo alguna estrella que no sea un videojuego, una creación de la IA proyectada por un dron o una distorsión de tu percepción.
Quieres ver una estrella de verdad, de las antiguas, de las de los cuentos, de las que salvan a la humanidad, pero no ves nada. Solo un cielo tormentoso y un ruido atronador hecho por los atajos de los algoritmos que te han seleccionado para que veas comerciales una y otra vez de cachorros y bebés contando chistes con qué relajarte y más noticias pagadas de la mejor película, la mejor novela, la mejor canción, y más cancelaciones de los que ven el rating de los mejores lugares de manera diferente. No puedes evitarlo, tu atención sigue allí capturada junto con tus últimas fuerzas de identidad, recordando de dónde saliste y para dónde vas, sin contar con algún fondo y menos con una orilla.
Te dicen que es la economía de la atención que quiere tu vida, tus deseos, tu porvenir. Ya los tiene. No hay fuerzas para el futuro, para los planes, para posponer nada que no sea consumirse en la corriente y hacer del presente una mina de carbón fotografiada por Salgado.
Te dicen que te manipulan aprovechándose de tu capacidad para la empatía, las famosas neuronas espejo, claves de los cazatendencias. Terminas por consentir la ropa, los muebles, los dientes, tu eros, tu ideología y tus afectos. ¿Cuáles afectos si no tienes tiempo para nada más que no sea nadar, manteniendo el cuerpo fuerte y listo, para ser un torpedo que dé alcance a alguna divertida misión de Bezos? Pero todavía puedes quitarte los audífonos y alejarte de la pantalla y es justo en ese momento cuando te das cuenta de que sigues siendo el pequeño hombrecito que describiera tan bien Wilhelm Reich, nadando sin orilla, con su pura osamenta y biología, sin mayor rango de influencia y recursos que los necesarios para vivir su puta vida. Realidad que a nadie le importa.
Y es cuando dices ‘ya no más’. Porque no hay mayor trabajo y responsabilidad que la de ser consciente de que hacer el propio porvenir es ser la orilla.
Dorelia Barahona es filósofa y escritora.