Mientras otras justas deportivas mandaron claros mensajes de denuncia, con excepción de la suspensión de los equipos rusos como condena por la invasión a Ucrania, este Mundial será recordado por la vergüenza.
Hay fuertes nubarrones sobre la escogencia de Catar como sede, mucho se ha especulado sobre la existencia de vergonzosos sobornos a cambio de votos, sobre lo cual la FIFA tiene una deuda pendiente.
Además de las terribles condiciones del clima, que justificó el traslado de fecha a noviembre, no merecía ser sede de uno de los acontecimientos con mayor proyección en el mundo, un país que criminaliza a la población LGTBI y que trata a las mujeres como ciudadanas de segunda categoría, a las que se les niega los más elementales derechos.
Sumemos a lo anterior las denuncias realizadas en cuanto al trato cuasi esclavizante a los migrantes que hicieron posible la construcción de majestuosos estadios, teñidos con la sangre de los miles de muertes que ahí ocurrieron, que según el periódico The Guardian superan los 6.000. Por todo lo anterior, y por primera vez en mi vida, decidí no ver la inauguración de la Copa, no podía apoyar con mi sintonía todo lo sucedido. Me prometí apoyar únicamente a nuestra Selección, pero no validar lo injustificable.
Lo que mal empieza no puede continuar bien, y resulta que la vergüenza del Mundial también nos tocó de cerca. La Federación de Fútbol nos expuso con una errada negociación con Irak, que nunca debió existir por su historial, pero que también significaba exponer a nuestros jugadores a entrar en una categoría de riesgo de cara a las autoridades migratorias de múltiples países que actúan con recelo ante personas que han visitado dicho país. Además de la pésima imagen que proyectamos, la cereza en el pastel será la indemnización por la no participación.
Pero lo peor estaría por venir, y lo vivió el país entero el miércoles, cuando caímos frente a España. Pasaremos a la historia como una de las peores pérdidas en una copa mundial, aunque dichosamente la historia no consignará lo que más duele: un equipo sin alma, coraje, disciplina, capacidad técnica, ni vergüenza deportiva. La cruda realidad es que el orgullo tricolor que Brasil nos dio, Catar nos lo quitó.
La autora es politóloga.