En pleno siglo XXI persisten situaciones que pueden convertir a las mujeres en la peor enemiga de otra mujer. Lo he visto porque vivimos en una sociedad patriarcal en la que hombres y mujeres repiten patrones y estereotipos que, en su peor versión, son las agresiones físicas, pero hay muchos más que todas las hemos sufrido.
Al carecer de una educación con visión de género, tanto hombres como mujeres somos víctimas. Empiezo con situaciones que sufren los hombres: por ejemplo, se les niega el poder llorar, lo cual mutila su derecho a expresar sentimientos; o se les considera proveedores únicos del hogar. Ambas situaciones son causantes de múltiples problemas personales.
La misoginia puede comenzar en casa, cuando se da un trato diferenciado en favor de los hombres, y en la escuela está demostrado cómo muchos docentes dan prioridad a los hombres en las áreas de ciencia y matemáticas, y a las mujeres en las áreas sociales.
En el mundo laboral, se expresa mediante un pago menor por igual trabajo, aunque quien contrate sea mujer. A los hombres se les contrata por el potencial, y a las mujeres, por el desempeño. Está comprobado que, en las reuniones, los hombres se exceden en el uso del tiempo, aunque lo que digan no agregan valor, y a las mujeres se les roban las ideas sin que otras les reconozcan su autoría.
Aunque sea grotesco e impensable, hay mujeres que son cómplices de los malos pasos de sus compañeros, lo que muy poco sucede entre el club cerrado de los hombres. Tanto es así que estas pueden reírse de un mal chiste pasado de tono en contra de otras mujeres.
La sororidad es un bien escaso que inculcamos en la Fundación ALAS para lograr cambiar la dinámica entre nuestras redes de mujeres con esfuerzo y educación, porque a veces son reacciones inconscientes. El primer concepto que lo valida es que nadie, mejor que otra mujer, comprende los obstáculos y recargas que vive la mujer injustamente.
Escribo estas palabras a raíz de una noticia que resulta ejemplo clásico de misoginia femenina: una mujer convirtió a las víctimas de agresiones en ser ellas las responsables, pero lo increíble es que quien lo expresó fue la que, hasta hace poco, fungió como ministra de la Condición de la Mujer. Con el discurso de odio y la prohibición de programas de diversidad e inclusión, es evidente que falta mucho por hacer.
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Nuria Marín Raventós es politóloga.