En el mundo de la facilitación de procesos de planificación nos encontramos en muchas ocasiones, al inicio de estos, con una frase lapidaria proveniente de los participantes: “¿Esto será más de lo mismo?” Incluso, para una buena cantidad de actores sociales, la planificación ha perdido vigencia y se han decantado más por un pragmatismo y una mejora continua. Pero, ¿qué es lo que realmente está pasando dentro de la disciplina de la planificación?
Lo que realmente ha sucedido es que la forma tradicional de planificación; es decir, la de base normativa y lineal, ya no resulta funcional ni útil en un contexto con las características en que estamos viviendo, al cual, el Institute for the Future ha denominado recientemente BANI (britle, ansious, nonlinear, incomprehensible), que en una aproximación a su traducción podría ser como un mundo frágil, ansioso, no lineal e incomprensible.
Entonces, desde luego que ocurre una disonancia cognitiva al momento de pensar el futuro con los supuestos, o sea, con el lente de lo que ya hemos vivido, lo que conocemos y el resultado es una proyección del pasado a corto, mediano o largo plazo. Podría recurrirse a esa frase atribuida al genio Albert Einstein de que “no podemos esperar resultados diferentes si seguimos haciendo las cosas de la misma forma”.
Pero desde la disciplina de la planificación se han venido gestando movimientos de actualización y mejora. La respuesta más contundente ha sido generada desde los avances en los estudios del futuro y la prospectiva, particularmente con la aplicación de una teoría no nueva, pero que aporta innovación y disrupción a la planificación; se trata de la “Teoría de la Anticipación”.
En una manera muy básica de definirla, esta teoría plantea que los modelos mentales de las personas, países y empresas son los que dan forma a los futuros que son capaces de visualizar. Entonces, si imaginamos el devenir con los supuestos que utilizamos para explicar el pasado y el presente, tendremos un futuro construido como una proyección de lo que sabemos.
Para una mejor idea del concepto, según Riel Miller, director de la Cátedra Unesco de Alfabetización en Futuros, hay tres tipos de anticipación en la planificación.
La anticipación para el futuro o de contingencia; es decir, aquella que se plantea en respuesta a acontecimientos que tienen alta probabilidad de ocurrir, como un desastre natural, los incendios en California o Australia, los terremotos en Japón o las inundaciones en Costa Rica, por citar algunos ejemplos.
La segunda es la planificación para la optimización en el uso de los recursos y lograr los mayores niveles de desarrollo. Podría hablarse de mejoras en sistemas globales de logística, prácticas productivas más sostenibles y competitivas.
Y la tercera es la creación de sentido y novedad. En otras palabras, planear nuevos desafíos de la humanidad que podrían emerger, aunque a la fecha todavía solo sean señales débiles. Bajo esa lógica podría pensarse en las novedades que puede traer a la humanidad el conteo del genoma humana, la ubicuidad en la educación o la salud, por mencionar un par de casos.

Supuestos. Veamos algunos ejemplos de estos supuestos anticipatorios en la planificación que usamos. El Estado basa sus ingresos primordialmente en el recaudo de tributos. Esto supone una estructura normativa, tecnológica, institucional y humana en la cual, existen agentes (empresas, emprendimientos, asalariados) que realizan una actividad productiva o laboral y para ello, contratan personas, transan en un mercado, pagan las obligaciones tributarias y el modelo funciona.
Todo va bien hasta que esas interacciones sufren alteraciones y nuevos futuros (novedades, disrupciones). Por ejemplo, ya se han venido manifestando señales de la fragilidad del supuesto de funcionamiento regulador del Estado frente al surgimiento de modelos como Uber, Airbnb, los trabajadores independientes y los sistemas de pago y transacciones donde no hay capacidad de regulación por parte del Estado.
Esto implica una ruptura importante en las supuestas bases tradicionales de la planificación y, por lo tanto, una necesidad de anticiparnos a los cambios que vendrán.
Pero si llevamos el ejemplo a otros contextos, como las universidades, es muy posible que visualicen su futuro haciendo las mismas actividades sustantivas, quizá con mayor tecnología aplicada e inteligencia artificial. Pero, ¿serán estos los supuestos para imaginar la universidad del futuro?
En este punto es justamente en donde la planificación tradicional encuentra su necesidad de transformación. Es necesario dejar de ver el futuro como una proyección del pasado y empezar a cuestionar los supuestos con que vamos a configurar el porvenir.
En este cambio de supuestos debemos empezar a pensar en lo que hemos dado por descontado. Imaginen la disonancia que causaría en el mundo actual seguir viendo hacia adelante pensando en una idea de familia clásica, una idea de Estado, de educación, de sistema de pensiones o de salud, entre otros.
Creo que la historia nos recuerda cambios clave de supuestos anticipatorios. Por ejemplo, cuando se cambió la idea de que el planeta Tierra era el centro del Universo, o cuando nos dimos cuenta de que podíamos viajar al espacio exterior, o que el átomo no era la partícula más pequeña, entre muchos más.
Desde luego que la gran diferencia de hoy es la velocidad con que cambian los supuestos anticipatorios, además de que no cambian de uno en uno a la vez; sino que en ocasiones cambian muchos al mismo tiempo en este mundo global e interconectado.
La velocidad y profundidad de estos cambios, es lo que hoy hace necesario que el análisis de las organizaciones, los países o las empresas sea sobre dos constructos básicos: ¿qué tan vulnerables somos a este mundo? y ¿qué tan resilientes somos para adaptarnos?
El autor es docente de la UNA y la UCR.