Resulta indefendible que el sistema de pagos del Ministerio de Educación permita una hemorragia de fondos públicos cercana a los ¢15.000 millones, un hecho que además no es nuevo, pues del 2011 al 2020 ocurrió lo mismo por la suma de ¢40.000 millones debido a la misma falla, de los cuales un 25 % son de difícil recuperación.
Como el dato publicado no está desagregado, vale preguntarse si el monto incluye las cargas sociales que como patrono le corresponden al Ministerio. ¿Quién realiza la recuperación de ese dinero? ¿Se ha cuantificado el costo administrativo y financiero correspondiente?
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Las justificaciones no convencen. El elevado número de funcionarios no es un argumento válido, pues existen en el mundo empresas que tienen dos millones de trabajadores y no sufren este tipo de irregularidades, ya que cuentan con alarmas que detectan, corrigen y, principalmente, sientan responsabilidades. La impunidad histórica en el sector público es parte del problema.
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Fallos en el software, la respuesta fácil que se escucha con frecuencia, incluso en la empresa privada, no es de recibo. Si se posee un sistema capaz de cometer errores por el orden de los ¢40.000 millones, urge operar con uno nuevo, que entiendo ya existe, aunque no está en funcionamiento.
Un buen programa informático ayuda, mas no resuelve la totalidad de la situación, porque en tiempos de e-mail, firma digital y tantos otros recursos, inexplicablemente, los documentos tardan en llegar al escritorio responsable hasta 389 días.
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Además, cuando lo que produce tanta equivocación son los registros erróneos, el error es humano y, por tanto, se combate con una oportuna capacitación y creando conciencia acerca de las repercusiones económicas de los yerros y los cuantiosos costos administrativos por un trabajo mal realizado.
Es evidente que el Ministerio debe pasar por una reingeniería, que ataque la raíz del problema, cuyo origen es posible que sea la centralización, el número de interinos, el intrincado sistema de remuneraciones y las carencias en la ejecución de Integra 2 en el 2014, entre otros.
Es interesante tomar una fotografía de la operación del 2014 y otra del 2021, que sirva de base para ver los avances y las debilidades, a fin de efectuar mejoras significativas.
La autora es politóloga.