Entre ficción y documental, narra las diferentes etapas en la vida de la protagonista, quien sufre abuso de joven pero no le creen, algo que sigue siendo usual hasta hoy. Aborda, además, el tema del silencio en la juventud y de cómo no se habla de sexualidad antes del matrimonio; continúa con la violencia que sufre la protagonista a manos de su pareja, pues ella ignora que en el matrimonio también puede haber violación y se resigna a aceptar lo que su padre le dice: “Esta es tu cruz.”
Con su divorcio, emergen otras violencias; una de ellas, la soledad, que será la enfermedad del siglo. Por ello, la necesidad de iniciativas como la desarrollada en Cartago con su programa “Ciudad compasiva”.
Más allá de la película, es importante recordar que el adulto mayor merece amor. Nunca olvidaré el testimonio de una madre quien confesaba cómo creó a ocho hijos a quienes hizo profesionales y ahora ninguno velaba por ella.
O, peor aún, cuando médicos y enfermeras del Hospital de Geriatría y Gerontología, me contaban cómo veían con sospecha la llegada de familiares que nunca visitaban al enfermo y de repente aparecían con un notario, lo que los obligaba a actuar para que estos no fueran víctimas de violencia patrimonial o pérdida de sus bienes.
Debemos emular a las sociedades orientales, donde los adultos mayores gozan de respeto, dignidad y cuidados. Como sociedad, debemos proporcionarles todas las herramientas para una adultez feliz, y en la medida de lo posible, que su salud les permita el ejercicio pleno de sus derechos por el mayor número de años.
La vida es corta y la adultez se construye desde la juventud con hábitos saludables, nutrición, ejercicio y conciencia sobre la importancia de la socialización. Por cierto, en esto último, las mujeres llevamos ventaja, pues construimos este redes desde jóvenes. A los hombres, por los estereotipos patriarcales, les es más difícil construirlas.
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Nuria Marín Raventós es politóloga.