Por distintas circunstancias de la vida o gustos personales, cada vez más personas viven solas en Costa Rica. Esta llamativa tendencia plantea varios desafíos para nuestra sociedad.
Según la Encuesta Nacional de Hogares (Enaho), los hogares unipersonales tuvieron un aumento exponencial del 417,1% en los últimos 25 años, al pasar de 52.208 en 2020 a 296.000 en 2024.
Para dimensionar el impacto de este fenómeno, resulta útil considerar otro dato bastante revelador: en la actualidad, el 16,3% de todos los hogares costarricenses tienen un solo integrante.
Es muy posible que todos conozcamos a alguien que vive en esas condiciones debido a múltiples situaciones.
Algunos se habrán quedado sin compañía por la muerte o alejamiento de sus familiares; otros tendrán razones de divorcio, trabajo o estudios, y habrá quienes solo buscan independizarse.
Sea cual sea el motivo, lo cierto es que hay un creciente grupo de la población que, al vivir en solitario, comienza a generar cambios afectivos, culturales, económicos y conductuales en nuestro país.
En primer lugar, es evidente que la demanda de vivienda ha mutado hacia la búsqueda de apartamentos, estudios o cuartos más apegados a las necesidades y el presupuesto de familias pequeñas.
Dicha atomización también genera presión sobre los servicios de transporte, salud, agua, electricidad, seguridad, Internet, recolección de basura y otros, ante el crecimiento de la cantidad de usuarios.
Sin embargo, el reto que más me preocupa es cómo enfrentar el costo emocional de este cambio.
Mucho se ha escrito sobre la difícil situación que encaran los adultos mayores en naciones desarrolladas, donde deben ingeniárselas para sobrevivir solos ante la indiferencia de sus vecinos.
Además de las enfermedades propias de la vejez, ellos también están expuestos a sufrir depresión, ansiedad y otros males contemporáneos que podrían exacerbarse por la falta de compañía.
Es un asunto al que hay que ponerle mucha atención, si tomamos en cuenta que en el 2022 había 110.000 adultos mayores viviendo solos en nuestro país y que la cifra, indudablemente, seguirá creciendo.
¿Mejor solo que mal acompañado? Todo es relativo. En muchos casos, puede ser que esta opción sea práctica, necesaria y hasta sana. Pero en otros, más bien podría engendrar mayor individualismo y dolor.
