Existe en Estados Unidos la peculiar tradición de mandar a pintar un retrato oficial de cada presidente. De la elección del artista y de la exposición del retrato se ocupa la National Portrait Gallery, en Washington, siguiendo la regla de que el retrato no debe revelarse hasta que haya terminado el paso del retratado por la Casa Blanca. Es decir que el último óleo que hoy se exhibe en la emblemática exposición de presidentes estadounidenses del museo representa a Barack Obama. El retrato oficial de Joe Biden todavía no se ha presentado, y de Donald Trump (quien acaba de iniciar su segunda presidencia no consecutiva) se muestran fotografías.
El retrato de Trump creado en 2017 por el fotógrafo del Washington Post Matt McClain es un claroscuro dramático en el que una luz de apariencia sobrenatural ilumina una cabellera dorada, una camisa blanca y una corbata bermellón enmarcada por un traje negro que casi se funde con el fondo. El foco de la sombría imagen está puesto en la mirada penetrante de Trump, en la que se confunden la autoridad y la intimidación. Si le creemos al retrato, Trump es “el elegido”, un líder al que no hay que desafiar.
El espíritu del retrato de McClain concuerda con la imagen oficial del presidente publicada en el sitio web de la Casa Blanca: un intenso primer plano en el que Trump mira directamente al objetivo de la cámara, con la barbilla hacia abajo, un ojo entrecerrado y la boca fruncida en una mueca casi de desprecio. También tiene cierto parecido con otra foto, tomada para la revista Time en 2019 por Pari Dukovic, que la National Portrait Gallery instaló en forma temporal por la época de la segunda asunción de Trump (del 13 de enero al 11 de febrero), aunque esta también tiene algunos aspectos importantes que se destacan.
En primer lugar, hay que pensar en los textos que las acompañan. Hay algo subversivo en la descripción de la foto de Dukovic, que señala que Trump obtuvo la presidencia “con el respaldo populista” y recuerda a los espectadores que perdió la elección presidencial de 2020, pero “no admitió su derrota”, de modo que el 6 de enero de 2021, “una turba de sus seguidores… atacó el Capitolio de la nación".
La descripción de la foto de McClain ofrece una versión más positiva de la historia de Trump, por ejemplo cuando dice que “prevaleció en unas competidas primarias del Partido Republicano”, obtuvo la nominación del Partido Republicano y “ganó las elecciones de 2016″.
En ambos casos se mencionan los dos juicios políticos a los que se le sometió, pero en la foto de McClain no se habla del motín en el Capitolio y se destaca su “histórico regreso” en 2024. Este retrato y su descripción seguirán expuestos hasta que se presente el cuadro de Trump encargado.
Pero quizá sea más interesante el contraste entre las fotografías de Trump (sobre todo, la imagen de Dukovic) y el retrato de Obama pintado por el artista Kehinde Wiley. En este, Obama está sentado en una silla con la mirada hacia el espectador, algo inclinado hacia delante, con una postura relajada y los brazos cruzados sobre las piernas. Aunque tiene una expresión seria, su actitud general es tranquila, sencilla y directa.
Pero incluso antes de apreciar esos detalles, se observa que la figura de Obama está rodeada por una especie de jardín onírico que muestra una maraña de hojas entremezcladas con flores. Como explica la galería, la elección de las flores no es azarosa: el jazmín blanco representa su lugar de nacimiento, Hawái; los crisantemos simbolizan Chicago, donde creció y fue elegido senador del estado, y los lirios africanos morados señalan el origen keniano de su padre.
Con hojas que crecen frente a la silla, los tobillos y un brazo de Obama, este no domina la escena, sino que habita en ella. He aquí un presidente que se deja acoger por la naturaleza, que no necesita actuar como su “dueño y señor”, como diría el filósofo francés René Descartes. La escena refleja a un mismo tiempo la evidente humildad de Obama (jamás mostró necesidad de que lo idolatraran en persona como a un guerrero o héroe) y su compromiso con el combate al cambio climático.
En la fotografía de Dukovic (a diferencia de la de McClain), Trump también está sentado, pero ahí acaban las coincidencias. Mientras Obama ocupa una liviana silla de caoba pulida, con tallados tradicionales y las vetas de la madera a la vista, lo bastante pequeña como para que las rodillas de Obama se alcen un poco por encima del asiento, Trump está entronizado en una enorme silla tapizada en cuero. Su mano derecha se aferra al apoyabrazos, lo que lo ayuda a girarse y dirigir al espectador (situado un poco detrás de él) su habitual expresión facial adusta. En tanto, el antebrazo izquierdo descansa sobre el “escritorio del Resolute”: aquí no estamos en un jardín onírico, sino en la Oficina Oval, sede del poder estadounidense.

Todos los presidentes estadounidenses son comandante en jefe de las fuerzas armadas del país, pero la foto de Trump lo pone en primer plano. Detrás de él, se alinean en la pared las banderas que representan a sus cinco divisiones tradicionales (el Ejército, el Cuerpo de Marines, la Armada, la Fuerza Aérea y la Guardia Costera). Los poderosos símbolos que ornamentan las banderas (desde el águila trepada sobre un ancla del Cuerpo de Marines hasta los rayos de la Fuerza Aérea) están ocultos entre sus pesados pliegues, pero listos para que los revelen los vientos del campo de batalla si así lo ordenara el presidente.
Detrás de las banderas, a ambos lados de Trump, se ven retratos de predecesores cuidadosamente escogidos. El más cercano al espectador es el austero Andrew Jackson, que como Trump, llegó al poder montado en una ola populista y antisistema y luego rehizo su partido a su imagen y semejanza. Fue Jackson el que firmó la Ley de Traslado de los Indios (1830), que allanó el camino para la reubicación forzosa de nativos americanos en lo que se conocería como el “sendero de las lágrimas”. Del otro lado está Benjamin Franklin, cuyas múltiples ocupaciones (impresor, escritor, inventor, empresario, filósofo de la naturaleza, político y estadista) habrán impresionado al también multifacético Trump.
El poder militar del retrato de Trump (sobre todo en contraste con el flower power en el retrato de Obama) podría verse como un signo de debilidad del presidente. Cuantas menos responsabilidades o logros reales tenga un líder, mayor será su necesidad de pompa y distinciones. Pero aunque esto suele ser verdad, hoy sería peligroso quedarse con esa interpretación. Esta es la hora del depredador, como la llama el autor italiano Giuliano da Empoli, y Trump viene declarando guerras a diestra y siniestra: guerra comercial, guerra cultural, guerra a la inmigración, por nombrar algunas. A este paso, podría ser que esas banderas militares terminen desplegadas mucho antes de lo que nadie querría.
Vanessa Badré es profesora de la American University, abogada e historiadora del arte. Traducción de Esteban Flamini. Copyright: Project Syndicate, 2025.www.project-syndicate.org