
Cuando era niño veía pollitos de colores en los mercados y ferias; captaban mi atención, pero entonces desconocía que ello implica crueldad animal, porque viven poco tiempo, debido a la toxicidad de los productos con que son pigmentados. En el argot criminal del México actual se denomina pollitos de colores a los niños y adolescentes que son captados y reclutados por las mafias para integrarse paulatinamente a sus filas. La comparación es cruel, pues comienzan inocentes y pequeños; además, son “baratos” y fácilmente reemplazables.
Los carteles del narcotráfico en México, pero también en Costa Rica, aprovechan la vulnerabilidad del deseo de pertenencia de los niños a través de una especie de reclutadores que los buscan en donde saben que pueden hallarlos, en el ecosistema socioeconómico y también en las redes sociales. Una vez localizados los objetivos, los atienden y les ofrecen un sustituto de modelo familiar y de pertenencia. En una primera etapa podrían ser tratados con un afecto fingido, de ser necesario. Casi de inmediato se les provee de un teléfono celular, aparatos de videojuegos y dinero en efectivo para compras inocuas, como dulces y comidas rápidas. Esta sería una primera fase de encantamiento y atracción para ganarse la confianza de los infantes. Muchos de ellos sucumben de inmediato al hechizo, por el historial de abandono y carencias emocionales que arrastran.
La segunda fase del enrolamiento son las promesas de salir de la miseria, la venta de la ilusión de que ya no estarán solos y que serán respetados, incluso temidos, con acceso a bienes con los que antes no podían ni siquiera soñar. Entonces, el modelo se convierte en un proceso aspiracional mediante el que, entre los reclutas, se premia al más fuerte, obediente y cruel. Los carteles enseñan con el ejemplo y la gratificación y el castigo son inmediatos.
Por lo general, los menores son inducidos a probar las drogas que llegarán a traficar –si viven para contarlo–, con el fin de crear en ellos una dependencia de sus jefes y ser utilizados posteriormente, en estados alterados de consciencia, para perpetrar delitos graves sin sentir temor; todo es parte de un plan macabro orquestado por una mentalidad perversa.
En la nación del norte, a cada niño se le identifica con un color; así, el amarillo se asigna a los “halcones”, quienes deben avisar cuando aparecen las autoridades en la zona que domina por un grupo determinado. A los cobradores de la venta de drogas y extorsiones se les otorga el color naranja; y, por último, el rojo se reserva para los sicarios. Este sistema de “ascenso” en principio debería obedecer a una lógica etaria, pero en la práctica son puestos que se ganan con sangre y osadía.
Las organizaciones criminales conocen que la legislación para las personas menores de edad es menos severa, y su mentalidad se rige por la idea de que los jóvenes son reemplazables si fallecen.
Similitudes entre México y Costa Rica
Aunque el tamaño del fenómeno es diferente, los patrones se repiten:
- Vulnerabilidad estructural. Es decir, pobreza, familias fracturadas, falta de oportunidades y comunidades con presencia policial insuficiente.
- Normalización de la violencia. Cuando los jóvenes ven muertes y armas como parte de la vida cotidiana, la barrera ética se debilita.
- Promesa de identidad. La banda o el cartel actúa como sustituto de familia, escuela y Estado.
- Recompensas inmediatas. En sociedades donde el ascenso social parece imposible, el crimen ofrece atajos peligrosos pero tangibles.
Diferencias fundamentales
En México, el fenómeno ya es estructural y cuenta con jerarquías criminales sólidas. Existe división “profesional” del trabajo dentro de los carteles. El reclutamiento de menores es sistemático y sostenido. En Costa Rica, el fenómeno es creciente, pero no irreversible. Los jóvenes participan principalmente en narcomenudeo y vigilancia. El reclutamiento infantil aún no es masivo, pero crece rápidamente. En nuestro país todavía se puede frenar un mayor deterioro. El reclutamiento de menores no es solo un problema criminal: es un síntoma de un sistema que les está fallando a sus jóvenes. México ya sabe el precio de ignorarlo. Costa Rica apenas empieza a enfrentarse a su sombra. Cada niño costarricense es el adulto del mañana y no podemos darnos el lujo de renunciar al futuro.
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Jaime Robleto es doctor en Derecho y máster en Derecho Penal.
