
La verdad de algunas afirmaciones en la política actual parece cierta porque existe evidencia suficiente que la confirma. La de otras, en cambio, la percibimos como falsa por la misma razón, es decir, porque la evidencia las refuta una y otra vez.
Pero también nos topamos con otras tan irrebatibles que ni sometiéndolas a los diez tropos del griego Enesidemo ni a los cinco de su compatriota Agripa, juntos, podremos hacer tambalear.
Se trata de esas “verdades” que la gente escoge creer porque desea que sean ciertas sin importar la evidencia en contra que se le muestre.
Se dan en un terreno que supera la comprensión racional, ya que ponen en juego únicamente el deseo y la voluntad. Es decir, que, para lidiar con ellas, se necesita de mucha paciencia.
Desde ese mundo productor de fábulas populares se difunden prejuicios y estereotipos como “el tico básico todo lo cree” o se habla, sin aval, en nombre del “pueblo”. En ese asteroide no se quiere ni se requiere demostrar la verdad, porque la certeza es la pura complicidad entre quienes las profieren y quienes las quieren creer.
Allí, pues, la verificación intersubjetiva de George Herbert Mead es solo parte de la ficción.
No importa si los cuentos provienen de un acosador que regresó al país después de que el Banco Mundial le bloqueó la posibilidad de ascender y a quien el FMI le prohibió el ingreso a sus instalaciones; de una periodista a quien dejó de importarle la ética de la veracidad y de la buena voluntad, o de un abogado que utiliza el trillado recurso de una escoba para buscar un hueco de protagonismo que nunca logró.
Tampoco si son proferidos por otro abogado que hasta hace muy poco defendía simultáneamente a los empresarios y funcionarios acusados de corrupción del caso de la Trocha, a los siete acusados de lavado de dinero del narcotráfico del caso Fénix y al presidente que ya casi acaba su turno, Rodrigo Chaves.
Hoy, la pregunta parece ser ¿cuánto falta para que el hartazgo con las fabulaciones permita a sus seguidores ver en toda su desnudez a los nuevos “enchufados”?
Ver para creer
Por su historia y ubicación geográfica, Costa Rica es un país pequeño en el cual es común afirmar que “todo el mundo está emparentado”. De allí, el hábito de la “igualación” o del “todos somos igualiticos” –y, cuando no, es usual recurrir al serrucho–.
Puede que usted sea el cliente en el restaurante, pero el mesero le hablará y le tratará como si el pleito fuera con su primillo o con la “necia” de su hermana. Si va de compras al supermercado más chic, los “colaboradores” le “pasarán por encima” tarareando la canción de moda a todo volumen o riendo a carcajadas como si fuera su hermanilla la que quiere agarrar una salsa del estand de la cocina.
El familismo puede extenderse a los comités locales y escolares, a los partidos políticos, a las instituciones públicas e incluso a las empresas privadas, pero aquí puede ser más entendible, sobre todo si la empresa es familiar.
La tradición ha sido que, además de tener sus estudios, pocos o muchos, todo el mundo está “enchufado” o “colocado” con la ayuda de alguna “pata” o de algún familiar. Hubo un tiempo, incluso, cuando la institución pública para la que se trabajaba era vivida como la extensión de la familia biológica.
La política, que no puede zafarse de su contexto, se convirtió en una rivalidad entre capuletos y montescos por turnarse el control de los recursos hasta llegar a la guerra civil. Con el fin de evitar la repetición del conflicto extremo, se pactó, por ejemplo, un recambio más civilizado del poder mediante la ley 4-3 sobre la composición de las juntas directivas de las entidades públicas.
Pero en toda familia siempre hay un “tercerizo” rebelde, resentido y emergente que busca resetear el enchufe. El problema es ¿hasta dónde está dispuesto a llegar este para lograrlo?
No se confundan. El que hoy acecha no busca la justicia, sino solo asegurar que a los nuevos enchufados nadie les haga un cortocircuito.
Así, los discursos grandilocuentes y violentos camuflan el confort del que disfrutan varios financistas de la campaña de Chaves que retuvieron la concesión del disfuncional puerto de Caldera e importadores de arroz a los que les rebajaron drásticamente los impuestos (aranceles), en desmedro de las finanzas públicas, mientras el gobierno endeuda al país hasta el cogote.
Con nuevo enchufe también parece estar el empresario y amigo personal de Rodrigo Chaves para quien se habría modificado la protección del Refugio Nacional de Vida Silvestre Gandoca-Manzanillo con el fin de que pudiera talarlo para construir un hotel.
De modo similar, parece que se enchufó otro de los principales financistas de la campaña de Chaves al aparentemente recibir permiso para construir un residencial dentro del corredor biológico Paso La Danta en Savegre, Quepos.
Ni qué decir de los recién nombrados integrantes de la Junta Directiva del Banco Nacional, cuya juramentación fue grabada en video e incluyó un saludito virtual del presidente, quien además les encargó impedir la renovación de un préstamo a una empresa no enchufada cuyo nombre no fue divulgado.
Todos estos casos y muchos más ya están en investigación o son motivo de impugnaciones, porque ¡qué sería de las personas, empresas e instituciones no enchufadas del país si no existiera la división de poderes! Es una pregunta retórica, por cierto.
Más que establecer la verdad o la falsedad de lo que se afirma en la política, parece que debemos hacernos otra pregunta: ¿por qué una parte de la población decide creer lo que ciertas personas dicen sin importar la evidencia en contra que se les presente?
Las motivaciones existenciales que las impulsan son tan variadas como la gratificación subjetiva que recibe cada quien cuando escucha las imputaciones que le gusta creer verdaderas.
Resulta casi evidente que ser chavista equivale a lo que, no hace mucho, implicaba ser anticapitalista o antineoliberal. Hoy el chavismo es el vehículo por el cual se pueden echar todas las culpas y todos los insultos al pasado político del cual en algún momento también se usufructuaron sus logros: servicios de salud pública, seguridad social, educación pública de calidad y atención de la pobreza, entre otros, pero que ahora se decide olvidar convenientemente para gozar de los placeres del odio ilimitado.
En algún momento, sea porque pasa el tiempo y los problemas nacionales y las vidas individuales no se resuelven sino que empeoran, o aunque solo sea por cansancio, la trama de la fábula se agotará y crecerá el reclamo de un país que pide “reseteo”, pues lo dejaron sin corriente alterna.
Por cierto, que Enesidemo y Agripa fueron un par de pensadores escépticos que fundamentaron con mucho rigor los distintos modos en que se puede hacer caer una presunta verdad, sobre todo la que se precia de ser única, definitiva y moralmente superior, a pesar de tener los pies –y la cara– de barro. Porque el auténtico escepticismo es resultado del amor a la verdad.
María Flórez-Estrada Pimentel es doctora en Estudios Sociales y Culturales, socióloga y comunicadora. Red X: @MafloEs.