Habrá que hacer un gran esfuerzo cívico por parte del Tribunal Supremo de Elecciones y de la sociedad civil para atraer más votantes a las urnas. Nada daña más a la democracia que la baja participación ciudadana, pues la deja solita y abandonada frente a voraces grupos de poder a los que no les importa recibir pocos votos sino ganar, aunque sea uno a cero para luego hacer lo que les da la gana, pues “pa’ eso” ganaron. Instalados arriba, usan el Estado para hacer mesa gallega.
El otro dato es que, a menos de cinco meses de las elecciones, las personas estamos como loras en mosaico: mucho aspaviento y resbalándonos para cualquier lado. Seis de cada diez están indecisos (más que las veces pasadas) y, a diferencia de antes, los que dicen tener preferencia electoral, la derraman a puchitos, de manera tal que todas las candidaturas amasan poquitos adherentes. Nadie está despegado, liderando. Son apoyos magros, escuálidos… volátiles.
Este panorama incluye, por supuesto, al oficialismo. Si creía que las elecciones iban a ser un paseo, más vale que se baje de esa nube. Que una cosa es la simpatía con la figura presidencial y otra muy distinta, el apoyo a su candidata. Y eso que ella ha contado con una incesante propaganda (semi)oficial dando por un hecho un tsunami electoral. Por ahora, la mayoría de los simpatizantes del gobierno no se han tirado en los brazos de la señora Fernández.
Lo más probable es que una buena parte del electorado se decante en los últimos días de campaña, como en ocasiones anteriores. Agonizantes los partidos, la gente elegirá por su empatía con la personalidad (fabricada) de los candidatos. Y, eso, lamentablemente, es un signo de deterioro político. Puede ganar cualquiera.
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Jorge Vargas Cullell es sociólogo.