Encima de todo, resulta que la Luna se aleja cada vez más de la Tierra, unos 3,8 cm por año. Ni modo, habrá que ir resignándose a perder las noches de luna llena. Algún día –muy lejano, por cierto–, nuestro entonces exsatélite no será más que una pequeña esfera allá arriba, poco distinguible del resto de las estrellas. Por lo pronto, los días se hacen más largos y las mareas más leves, cosas imperceptibles aún en nuestras existencias, pero, según los científicos, con efectos sobre la vida planetaria.
Y, sin decir más, ahí se la dejo, una preocupación más, por si no cargaban algunas, un servicio público de este columnista. Quizá más de uno encuentre en los movimientos siderales una manera de trascender las dificultades que nos abruman. Faltaba más, que hasta en el flemático Japón la extrema derecha gana terreno con rapidez, aupada por el voto joven. Imagínense el espectáculo que podemos padecer en pocos años: gobiernos de ese cuño en Alemania y Japón, un déjà vu de la época que nos condujo a la Segunda Guerra Mundial.
¡Cómo cambian los tiempos! En menos de 50 años pasamos de jóvenes mechudos que soñaban con desbaratar el presente en aras de una utopía, a jóvenes que siguen con esa misma pulsión desbaratadora, pero ahora al servicio de un pasado autoritario idealizado que se abre paso a lomos de la desesperanza juvenil.
Lo curioso de todo esto es que el problema no son los jóvenes. Culparlos es una vieja maña de los adultos. Hace varias décadas, unos arqueólogos encontraron en la región de la Mesopotamia (hoy Irak) tabletas de arcilla, datadas unos 2.000 años antes de Cristo, con quejas sobre los jóvenes. Por eso, no hay que irse por la fácil. La verdad es que el problema somos los adultos. No solo les estamos legando una época oscura, sino que hemos permitido que aflore, entre nuestras filas, el liderazgo de los peores. Que Putin, Maduro, Ortega, Netanyahu, Xi Jinping, Trump –y sigan sumando– no son precisamente jovencitos. Y hemos dejado el protagonismo económico a los más codiciosos.
Dejemos, entonces, el problema de la Luna a un lado, que ya habrá mucho tiempo para pensar en ello, y preguntémonos qué oportunidades estamos abriendo a nuestros –cada vez más escasos– jóvenes. En nuestro país, diría que pocas, y para grupos cada vez más selectos de ellos. Revertir esta realidad me parece uno de los principales desafíos del próximo gobierno.
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Jorge Vargas Cullell es sociólogo.