El mes pasado, cuando la directora de Inteligencia Nacional de EE. UU., Avril Haines, presentó la evaluación anual de amenazas de la comunidad de inteligencia ante el Comité de Inteligencia del Senado, los miembros la alabaron por el excelente trabajo previo a la invasión rusa a Ucrania y por seguir manteniéndolos informados.
Gracias a la comunidad de inteligencia estadounidense —y para disgusto del presidente ruso, Vladímir Putin—, los senadores estadounidenses no fueron los únicos informados. El resto del mundo también lo estuvo, merced a los minuciosos informes estratégicos de inteligencia estadounidenses.
La difusión de inteligencia es más un arte que una ciencia, y tanto los espías como los analistas han sufrido dificultades para dominarlo, pero en el caso de Ucrania el director de la CIA, William Burns, merece ser reconocido por haber cambiado la forma en que la agencia considera la difusión de sus secretos.
Burns, exembajador en Moscú, dijo al comité del Senado que en todos los años que pasó como diplomático de carrera presenció demasiados casos en los que perdieron “guerras de información contra los rusos”.
Esa experiencia rindió frutos: durante los meses previos a la invasión de Putin, la comunidad de inteligencia desafió las convenciones, desclasificando información y análisis que anticipaban las preparaciones e intenciones de los rusos.
Desenmascarar la desinformación
Los informes desacreditaron las aparentes provocaciones (”operaciones de bandera falsa”) y advirtieron sobre la escalada militar rusa. Los hechos y pronósticos que en su momento habían sido descartados por Kiev y Moscú dieron en el blanco.
Ahora que las fuerzas rusas se hunden cada vez más profundamente en un nuevo atolladero, las agencias de inteligencia estadounidenses debieran insistir en esta estrategia.
Es cierto, la comunidad de inteligencia considera desde hace mucho que publicitar sus secretos es una herejía y que la obligación de proteger sus fuentes y métodos sigue siendo sagrada (por buenos motivos).
Las revelaciones pueden amenazar los productos de sistemas de recolección técnica, cuyo costo es de varios miles de millones de dólares, sin mencionar las vidas de las fuentes que informan desde el interior de los regímenes hostiles.
Pero la guerra en Ucrania muestra por qué se debe recalibrar la evaluación que hace la comunidad de inteligencia de esos riesgos. En el entorno mediático actual, el mandato de desenmascarar la desinformación es cada vez mayor, al igual que la necesidad de que la inteligencia se ponga a la altura del desafío.
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Pensemos en la evaluación anual de amenazas de este año. Se terminó en febrero, antes de la invasión rusa, y no contempla las consecuencias globales ni la respuesta de Occidente —aun cuando gran parte de su análisis no confidencial sigue siendo valiosa—.
En las próximas semanas, Haines y los jefes de inteligencia debieran publicar una nueva versión del análisis, que proporcionaría al público valiosas percepciones sobre las decisiones que se están tomando en Washington, las demás capitales de la OTAN y otros sitios.
La perspectiva de una lucha prolongada en Ucrania lo justifica. Entre los principales errores de cálculo de Putin estuvo suponer que la fuerzas rusas superarían las defensas ucranianas, derrocarían al gobierno en Kiev e intimidarían a la población.
Está por verse cuánto durará la resistencia ucraniana, cuál será su reacción frente a los alcaldes y otros funcionarios nombrados por Moscú, y cómo responderá Putin cuando las sanciones comiencen realmente a pesarle.
Pero, independientemente de lo que ocurra, el conocimiento público de la inteligencia que valide los hechos en el terreno será fundamental para quienes deban tomar decisiones.
Aprovechar herramientas modernas
Por otra parte, a pesar de los fracasos del Ejército ruso en Ucrania, los guerreros de la información moscovitas no han dado señas de transigir. Desde la afirmación de Putin de que está “desnazificando” Ucrania hasta el resurgimiento de los catastrofistas de la era soviética que aúllan contra los laboratorios estadounidenses de armas biológicas, hay más que suficiente propaganda rusa que contrarrestar (especialmente ahora que muchos políticos y presentadores de televisión estadounidenses comenzaron a repetir como loros esos mismos temas de discusión).
Los espías y analistas que ayudaron a desbaratar la ofensiva propagandística preguerra de Putin debieran seguir aprovechando al máximo las herramientas de las que disponen.
Al igual que los informes no confidenciales de la comunidad de inteligencia para el Congreso, la información de inteligencia se puede publicitar sin revelar sus fuentes y métodos (e incluso, sus secretos).
Después de todo, los análisis de inteligencia pueden aprovechar información de fuentes abiertas de satélites comerciales, ciudadanos periodistas, analistas activistas, redes sociales y mensajería instantánea, y a menudo lo hacen.
Estos canales ofrecen un filón de datos e informes que en algún momento solo se podían obtener de fuentes confidenciales. Matt Freear, exvocero del Ministerio de Asuntos Exteriores británico, señala que “durante la preparación de la invasión a Ucrania se compartieron públicamente en línea, y las cadenas de noticias aprovecharon, imágenes satelitales que respaldaban las advertencias oficiales (...) sobre la agresión que planeaba Rusia”.
Ayudar a separar la verdad de la ficción
Otros ejemplos recientes incluyen la investigación sobre el papel de Rusia en el derribamiento del vuelo 17 de Malaysia Airlines en Ucrania, en el 2014, y las convocatorias abiertas de colaboración para el análisis de imágenes que dejaron al descubierto los ataques con armas químicas de Siria en el 2018.
Freear agrega correctamente que el valor de la información de fuentes abiertas depende de su credibilidad, y que los funcionarios de inteligencia y los gobiernos siempre debieran usarla con cuidado.
Pero, al igual que los periodistas que informan sobre los hallazgos de terceras partes derivados de información de fuentes abiertas, las agencias de inteligencia pueden usar sus propios recursos para confirmar lo que otros dicen. De esa manera, sus análisis pueden ayudar a separar la verdad de la ficción en la cada vez más importante guerra de información.
Un buen ejemplo de esa colaboración es el Proyecto Tearline de la Agencia Nacional de Inteligencia Geoespacial —que se centra en historias relevantes pero poco difundidas— junto con organizaciones de investigación sin fines de lucro y comités de expertos que estudian diversos problemas ambientales, económicos y de otro tipo.
Más recientemente, la agencia ayudó a proporcionar apoyo en tiempo real con imágenes satelitales no confidenciales a medios cuyos periodistas informan desde la primera línea en Ucrania. Si una imagen vale más que mil palabras, este esfuerzo está aportando poderosas herramientas contra la campaña de desinformación de Putin.
Kent Harrington, ex analista sénior de la CIA, se desempeñó como oficial nacional de Inteligencia para Asia Oriental, jefe de la CIA en Asia y director de Asuntos Públicos de la CIA.
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Durante los meses previos a la invasión de Putin, la comunidad de inteligencia desafió las convenciones, desclasificando información y análisis que anticipaban las preparaciones e intenciones de los rusos. Foto con fines ilustrativos. (Shutterstock)