En el 2015, el presidente Barack Obama lideró una iniciativa coauspiciada por los otros cuatro miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, más Alemania y la Unión Europea, en virtud de la cual Irán se comprometía a limitar su programa nuclear, reservarlo para fines pacíficos y permitir que el Organismo Internacional de Energía Atómica verificara los compromisos.
El presidente Donald Trump suspendió, en el 2018, la participación de su país en el acuerdo y endureció las sanciones económicas contra Irán, extendiéndolas a cualquier país que cooperase con la antigua Persia en materia nuclear. Siete años después, Trump busca retomar negociaciones con un Irán que, entretanto, ha desarrollado un programa nuclear más sofisticado.
Es muy temprano para hacer el análisis pormenorizado de las consecuencias de los ataques israelí y estadounidense a Irán. A primera vista parecería que la apuesta del presidente Trump ha sido ganadora. Estados Unidos ha sido capaz de degradar de manera considerable la capacidad nuclear desarrollada por el régimen chiita gracias a su incontestable superioridad ofensiva, se ha declarado satisfecho con el resultado de las incursiones armadas y ha obtenido el compromiso, tanto de Israel como de Irán, de respetar un cese del fuego indefinido.
La proyección regional del régimen chiita venía siendo disminuida por Israel desde hace varios meses; primero, desarticulando gran parte del eje de resistencia –patrocinado por Teherán– con los ataques a Hamás, Hezbolá y los hutíes. El desenlace de la guerra civil en Siria con la victoria de Hayat Tahrir al-Sham (HTS), grupo rebelde islamista de la rama sunita –otrora afiliado a Al Qaeda, pero que ahora exhibe posiciones más moderadas–, también fue un duro golpe para Irán, pues lo privó de su principal aliado en la región: el régimen alauita prochiita encabezado por la familia Al Asad.
En las últimas semanas, Israel lanzó directamente una ofensiva contra Irán y logró eliminar a altos mandos de las Fuerzas Armadas, de los servicios de inteligencia, y a prominentes científicos nucleares, llegando, por otra parte, a dominar el espacio aéreo de Teherán.
No se tiene claro el estado del potencial nuclear iraní después de los ataques estadounidenses. Tampoco sabemos si el cese del fuego conseguido por el presidente republicano va a durar, y menos si lo que hemos presenciado es una guerra de solo 12 días que, al igual que la guerra de seis días de 1967, cambiará la relación de fuerzas en el Medio Oriente de una manera duradera.
Pero hay cosas que sí sabemos:
- Dadas las amenazas de Trump, la dirigencia iraní sacó de la estación nuclear de Fordo 408 kg de uranio enriquecido al 60% (para la fabricación de armas, se necesita uranio al 90%) y las trasladó a lugares “seguros”.
- Pese a las bajas considerables entre sus físicos nucleares, Irán continúa teniendo una masa crítica de científicos con los conocimientos necesarios para la fabricación de armamento. De hecho, el programa nuclear iraní lo inició el shah con el beneplácito de Washington.
- Mientras los ayatolas se mantengan en el poder en Irán, Estados Unidos seguirá siendo el “gran Satán”, y la destrucción de Israel, su objetivo último, y no se vislumbran fuerzas de reemplazo creíbles. Puede ser que Alí Jamenei caiga, pero el régimen, a grandes rasgos, se mantendrá. El cese del fuego es solo una tregua.
- Los logros de las Fuerzas Armadas israelíes en la batalla de Teherán han aumentado considerablemente los niveles de aprobación de los que goza Benjamin Netanyahu entre el electorado, y han distraído a la opinión pública internacional con respecto a los abusos cometidos por las tropas israelíes en Gaza.
- Con el fin de evitar una escalada en su enfrentamiento con Estados Unidos, Irán les advirtió a los norteamericanos de su intención de atacar la base militar de Al Udeid, en Catar, la mayor base militar estadounidense en la península arábiga, lo que les permitió evacuar a todo el personal del sitio y resguardar el armamento más valioso.
- El ataque estadounidense contra Irán, en nombre de la seguridad nacional, justifica a posteriori la invasión rusa en Ucrania, en nombre de la integridad nacional, y le abre las puertas a Pekín para que invada Taiwán en nombre de la soberanía nacional.
- El gran experimento internacionalista establecido después de la Segunda Guerra Mundial –el cual, lejos de ser perfecto, mantuvo la paz en el mundo durante 80 años– está siendo socavado por seis septuagenarios exaltados que llegaron al poder por medios pacíficos y que ahora lo usan para mantenerlo en favor de sus propios fines, ideológicos, nacionales o personales: Trump, Vladimir Putin y Xi Jinping en primer plano; Netanyahu, Jamenei y Recep Tayyip Erdogan en papeles regionales.
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Cristina Eguizábal Mendoza es politóloga.
