
Las bases de lo que será la nueva configuración del sistema internacional empiezan a vislumbrarse en el horizonte. El sistema basado en el respeto de principios claves del derecho internacional, así fuera relativo e imperfecto, ha dejado de funcionar. Se ha convertido en letra muerta la Carta de Naciones Unidas, cuyo preámbulo resume las aspiraciones de los pueblos a convivir en paz:
“… a reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas, a crear condiciones bajo las cuales puedan mantenerse la justicia y el respeto a las obligaciones emanadas de los tratados y de otras fuentes del derecho internacional, a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad”
Donald Trump y su equipo están desmantelando las instituciones gubernamentales encargadas de la cooperación internacional y de la defensa y promoción de los derechos humanos, incluyendo los de la mujer y los de la población LGTBQ+.
El fortalecimiento de la democracia ha dejado de ser un elemento de la agenda de política exterior de Washington y los tratados comerciales son considerados papel mojado por los encargados del comercio exterior en la administración republicana.
Para el presidente Trump, solo cuentan las ganancias que pueda obtener en el corto plazo, basadas en su capacidad de hacer daño, ya sea por la fuerza de las armas, como destruyendo en buena medida el potencial atómico iraní; ya sea estableciendo aranceles con el fin de obligar a Canadá a renunciar a su soberanía y convertirse en el quincuagésimo primer estado de la Unión; o presionando a Brasil para que desconozca la separación de poderes y obligue a la Corte Suprema a perdonar a Bolsonaro, acusado de promover un golpe de Estado. No conocemos el contenido de las demandas a nuestro país, planteadas como condiciones para rebajar los aranceles de 15% establecidos, los mayores de Centroamérica, con excepción de Nicaragua.
La visión “trumpeana” del sistema internacional es de naturaleza decimonónica: es el de un equilibrio de poder entre grandes potencias imponiendo su voluntad en zonas de influencia determinadas. En el mundo actual, las tres grandes potencias dueñas del mundo serían Estados Unidos, China y Rusia.
El hemisferio occidental se convertiría en el coto de caza de Estados Unidos; de ahí la obsesión por recuperar el control absoluto del canal de Panamá, de adquirir Groenlandia e integrar a Canadá.
La alianza occidental simbolizada en la OTAN desaparecería. Moscú, que anhela restablecer el poderío soviético –razón de la invasión a Ucrania– y establecer cierta hegemonía en Europa occidental, haría lo posible por desintegrar a la Unión Europea (UE) y así lidiar bilateralmente con cada capital, utilizando como punta de lanza los partidos de extrema derecha.
La desaparición de la UE será además, bienvenida, a los ojos de Trump, que considera que este mecanismo de integración fue creado con el fin de perjudicar a Estados Unidos.
La decisión de los países europeos de aumentar sus gastos en defensa ha sido tomada con visión de largo plazo, independientemente del futuro de la OTAN. Las razones por las que los europeos han gastado tan poco en defensa desde la Segunda Guerra Mundial, en comparación con Estados Unido, se derivan de la estructura de poder que se estableció en el mundo después de ese conflicto bélico y dicha estructura es, justamente, la que está en vías de desaparición.
Si los europeos logran mantenerse unidos, mantener relaciones cordiales con Washington y desarrollan una estructura de defensa común, incluyendo el establecimiento del paraguas nuclear compartido que han ofrecido los Gobiernos de Francia y Reino Unido, gracias a su poderosa economía –la segunda del mundo después de la de Estados Unidos–, podrían convertirse en un cuarto polo de poder, defensor del multilateralismo y garante de la vigencia del derecho internacional.
Mientras Estados Unidos destruye su poder blando, China construye el suyo. El proyecto la Ruta de la Seda es un megaproyecto de cooperación internacional cuyo fin es aumentar la influencia china en los países que lo suscriben, particularmente en el continente asiático. La prioridad de Pekín continuará siendo, sin embargo, la reunificación china y la integración de Taiwán a la República Popular.
Tal y como quedó evidenciado en la reciente cumbre de Anchorage (Alaska), Trump y Putin comparten la visión de un mundo dividido en zonas de influencia. Por otro lado, Rusia y China han declarado en múltiples ocasiones que su amistad es “sin límites”. Esto, aunque entre China y Rusia existen diferendos territoriales en suspenso que podrían reavivarse en cualquier momento.
Finalmente, la calidad y el alcance de la relación entre Xi Jinping y Trump no está clara todavía y su concepción del ejercicio del poder no parece ser del todo compartida. Es evidente que ambos dirigentes quieren establecer un modus vivendi que les sea a ambos provechoso.
A diferencia de Washington, que abandona el multilateralismo, China aprovecha el vacío de poder dejado por Estados Unidos para aumentar su perfil en el concierto de naciones que considera importantes. De las tres, China es la única potencia que se mueve verdaderamente con un horizonte de largo plazo. Sería posible hasta pensar que el multilateralismo no ha caducado del todo.
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Cristina Eguizábal Mendoza es politóloga.