Alan Watts (1915-1973), filósofo inglés y divulgador de las tradiciones orientales, solía decir que la realidad no puede comprenderse como un conjunto de piezas aisladas. La guerra, ya sea bélica, política o personal, es la expresión más extrema de esa mirada fragmentada: la diferencia se convierte en amenaza; el otro, en enemigo.
Sin embargo, si observamos la naturaleza con atención, descubrimos que la vida funciona de otra manera. Un organismo saludable no elimina sus polaridades; las integra. La noche existe porque hay día; la inhalación, porque hay exhalación. Nada tiene sentido sin su opuesto y en esa polaridad se da el balance.
La metáfora de la abeja y la flor ilustra este principio con belleza y sencillez. Vistas por separado, parecen dos especies que se utilizan mutuamente: la abeja busca néctar y la flor necesita polinización. Pero si ampliamos la mirada, podríamos considerar que no son dos actores aislados, sino partes de un mismo proceso vital. Sin flores, las abejas desaparecerían; sin abejas, muchas flores dejarían de reproducirse. La aparente dualidad encierra en realidad una sola unidad. Así funciona un ecosistema sano: como un organismo compartido donde cada elemento depende de otro para sostener la vida en común.
Si llevamos esta lógica al terreno humano, la lección es evidente. Una democracia solo prospera cuando entendemos que lo que nos une es más fuerte que lo que nos separa. En tiempos de polarización política, es fácil caer en la tentación de ver al adversario como enemigo, de suponer que el control absoluto es la única forma de garantizar orden. Pero la democracia se sostiene en algo mucho más etéreo y difícil de medir: la confianza. Confiamos en que la palabra de otro tiene valor, en que las reglas se aplicarán con justicia, en que las instituciones son capaces de canalizar nuestras diferencias. La confianza, como la polinización, no se impone: se cultiva en la reciprocidad.
En la cosmovisión andina, esto se llama ayni. Ayni se refiere a la reciprocidad entre las comunidades andinas. Como sustantivo, la ley de ayni establece que todo en el mundo está conectado, y es el único mandamiento que rige la vida cotidiana en muchas comunidades como los Q’ero. Como verbo, a menudo se refiere a la cooperación entre los miembros de una comunidad: cuando un miembro da a otro, tiene derecho a recibir algo a cambio.
Watts también decía que el bienestar depende de dónde ponemos la atención. Esa afirmación, aparentemente sencilla, encierra un poder enorme. Si enfocamos nuestra mirada en lo que nos divide, terminamos atrapados en una narrativa de enemigos y amenazas. Si la dirigimos hacia nuestra interdependencia, se abren nuevas posibilidades de cooperación.
Estar bien, entonces, no es un estado absoluto, sino una relación dinámica: entre nosotros y los demás, entre la humanidad y la naturaleza, entre las polaridades que nos habitan (bueno-malo, bonito-feo, arriba y abajo).
Esto no significa negar el conflicto ni romantizar la diferencia. Igual que en un organismo, a veces hay tensiones, síntomas y hasta enfermedades que atender. Pero cuando olvidamos que formamos parte de un mismo cuerpo, social, político y ecológico, corremos el riesgo de autodestruirnos. La guerra, en ese sentido, es una especie de cáncer colectivo: células que olvidan que pertenecen a un mismo organismo y deciden devorarlo desde dentro.
La pregunta es: ¿dónde elegimos poner nuestra atención? ¿En el miedo o en la confianza; en la desconfianza o en la reciprocidad; en la competencia o en la interdependencia? Lo que cultivemos con nuestra mirada terminará definiendo nuestra experiencia del mundo. Si nos vemos como enemigos irreconciliables, el resultado será la parálisis o la destrucción. Si nos reconocemos como abejas y flores, quizá descubramos que la vida, en toda su complejidad, solo prospera cuando se vive como un organismo compartido.
La lección de Watts es, al mismo tiempo, radical y profundamente sencilla: para estar bien, necesitamos reconocernos en relación: con nosotros mismos, con los demás y con el planeta que habitamos, incluso en aquellas cosas que no nos gustan. Nuestra realidad se construye a partir de los lentes que nos ponemos para ver el mundo. ¿Cómo se vería su mundo si se pusiera lentes de otro color? Inténtelo.
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Aimée Leslie es gestora ambiental y doctora en transiciones hacia la sostenibilidad.