Regla número uno. Hágase de teflón. Interiorice esta máxima: la culpa de cualquier cosa la tienen siempre los demás. Si todos le apuntan a usted, diga que no, que jamás, que si de usted hubieran dependido las cosas, todo habría salido bien. Que no le dejaron hacer, que le inventan cosas para dejarle en mal. Que lo jura por su querida mamá. Y ataque, siempre ataque, a quien ose cuestionar.
Regla número dos. Mueva la cintura. Aunque no sea un bolero, haga una fina y educada danza alrededor del problema. Si los resultados no se dieron, evite explicar. Diga: es que no tocaba, Dios no lo quiso. Afirme, con cara de serio, que lo dio todo, que apareció la mala suerte y todo se fregó. Que Diosito sabrá por qué seguimos igual que antes. Que lo que toca es que le den otra oportunidad, porque esta vez sí lloverá maná del cielo.
Regla número tres. Pegue el mordisco. Recuerde que la oportunidad la pintan calva, así que, si hay que llevarse en banda a alguien, lléveselo sin dudar, pues, total, si no lo hace usted, lo hace otro. Además, de acuerdo con la regla número uno, la culpa es de quien se dejó clavar la daga por detrás, pues al camarón que se duerme así le va; y, en la guerra como en el amor, todo se vale. Sonría y, si no puede, hágase la gata brava, que muchos se asustarán.
Si le preguntan, le gritan o lo basurean, no haga caso; no dude; no invente. Aférrese a estas reglas y haga lo de la mula del cura: siga adelante y verá que saldrá de cualquier escándalo, juicio, pregunta incómoda o tanate familiar. La gente tiene mala memoria, olvida rápido. El éxito lo cura todo y convierte a cualquiera en gran persona. Ni Sócrates lo pudo haber dicho mejor: quien sigue, la consigue. Es el karma de esta época. (*Si la receta no funciona, es por culpa suya).
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Jorge Vargas Cullell es sociólogo.