Malos tiempos para la poesía, ahora que el mundo se ha poblado de personajes estridentes que marcan el tono de la política y el rumbo de los acontecimientos.
Cuando estaba en los comienzos de su funesta carrera, alguien previno a Adolf Hitler: “Así como usted se ve y así como habla, la gente se reirá de usted”; la subestimación del demagogo de la cervecería, refiere Volker Ullrich, fue un rasgo que lo acompañó desde el principio. Entonces, como ahora…
Lo cierto es que las convenciones relativamente apacibles prevalecientes en la vida pública hasta hace pocos años ya no sirven de mucho, ya no son convincentes ni eficientes. Han sido desplazadas por actores desinhibidos que seducen a las multitudes, porque, como ocurre con un vistoso presidente suramericano, hasta se atreven a confesar que reciben consejo político y económico de sus perros, reales o figurados.
Así, pues, ¿de qué me sirve la poesía en días como estos, si además no hay nada más aburrido que las nostalgias ajenas?
El historiador inglés Arnold J. Toynbee mencionaba en sus memorias los problemas que estaba enfrentando la humanidad en el año 1969, y a propósito escribía: “Ya tengo ochenta años: ¿no estoy ya libre de toda obligación? ¿No me es lícito despedirme y dejar que los más jóvenes hallen y apliquen soluciones a problemas que conocen tanto como yo? ¿No ha disminuido proporcionalmente mi compromiso con el futuro? ¿No estoy autorizado a pasarle la carga a otro?” A lo que se contestaba: “No, no lo estoy”, y se justificaba apelando a Bertrand Russell: “Es importantísimo cuidar con todo esmero de lo que va a suceder después de nuestra muerte”.
Así que en tiempos temibles, como estos, que nos anime la poesía de la derrota y de la resistencia, que proponía Cavafis: el romano Antonio, vencido en la batalla de Accio, en setiembre del año 31 a.C., ve las fuerzas de Octavio, su enemigo, tomar la ciudad de Alejandría; y el poeta lo amonesta: “Cuando de pronto, a medianoche, se oiga / pasar invisible un báquico cortejo / con músicas maravillosas, con vocerío, / tu fortuna flaqueante, tus obras / fallidas, los sueños de tu vida / que salieron todos vanos, no los llores inútilmente. / Como dispuesto desde hace tiempo, como un valiente, / despide, despide a Alejandría que se aleja…”.
Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la Presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPI Legal.